¿Es posible ser santo si sólo Dios es santo?
La palabra santo tiene más de un significado. Puede significar ser apartado para un propósito sagrado o puede significar ser moralmente puro. Por supuesto, Dios reúne ambas condiciones. Él está separado de todos los demás seres por Su trascendencia y grandeza (Éxodo 15:11; Jeremías 10:6) y es moralmente puro por Su bondad y justicia (Habacuc 1:13; Salmo 7:11). Dios es santo como ningún otro ser lo es. Tanto el profeta Isaías como el apóstol Juan enfatizan este punto por medio de la repetición (Isaías 6:3; Apocalipsis 4:8). Dios no es sólo santo; ¡es santo, santo, santo! Sólo Dios es inherentemente santo. La santidad es un atributo de Su propia esencia y ser. Cada Persona de la Divinidad (Padre, Hijo y Espíritu Santo) es santa. Sólo a través de la gracia de Dios y la humildad de Jesucristo podemos formar parte de Su santidad (1 Corintios 1:28-31; 2 Pedro 1:3-4). No sólo es posible ser santos, sino que es necesario serlo si esperamos ver a Dios (Hebreos 12:14). En cierto sentido, todos los cristianos ya somos santos porque hemos sido santificados [hechos puros; limpiados] por el sacrificio del cuerpo y la sangre de Jesús, que expía nuestra culpa y cubre nuestros pecados (Hebreos 10:10; 13:12). Esta santidad tiene que ver con nuestra condición ante Dios. Aunque todavía tenemos y luchamos con una naturaleza pecaminosa, la sangre de Cristo cubre nuestros pecados para que Dios nos vea como santos en Cristo. Esta santidad no es algo que hayamos ganado, sino que es algo que recibimos cuando aceptamos al Santo de Dios, que es Jesucristo (Juan 6:69; Lucas 1:35; Hebreos 7:26; Apocalipsis 3:7). Aquellos que reciben a Jesucristo no sólo se les perdonan los pecados, sino que también se les atribuye la justicia de Cristo. Una vez más, cuando Dios mira al cristiano, ve la justicia de Cristo que ha sido imputada al creyente (Romanos 3:22; 4:5).
La condición de santidad es diferente a la búsqueda de la santidad. Aunque los creyentes en Cristo ya han sido santificados en cuanto a nuestra condición ante Dios, también estamos llamados a iniciar el proceso de santificación. Este es el proceso por el cual nuestro carácter va moldeándose poco a poco a la semejanza de Cristo a través de nuestras experiencias y no sólo en cuanto a nuestro estatus (2 Corintios 3:18; Romanos 8:29). En otras palabras, estamos llamados a vivir de acuerdo con nuestra condición (1 Corintios 1:2). Sin embargo, no estamos llamados a hacerlo por nuestras propias fuerzas. Es por el poder del Espíritu Santo que mora en nosotros, que es dado a todo aquel que cree, que buscamos nuestra santificación (Filipenses 2:12-13). La santificación es un proceso que dura toda la vida y que no termina hasta que seamos glorificados (es decir, hechos perfectos e incapaces de pecar). No seremos glorificados hasta que muramos y vayamos con Dios o hasta que Cristo regrese (Romanos 8:30; 1 Juan 3:2-3).
Por último, las Escrituras también se refieren a los cristianos como santos porque hemos sido apartados del resto del mundo. Hemos sido escogidos por Dios para ser Su posesión especial (1 Pedro 2:9). Hemos sido separados de los pensamientos y el estilo de vida contrario a Dios que tiene el mundo (Romanos 12:2; Juan 17:16). Hemos sido apartados para vivir vidas santas y hacer buenas obras (2 Timoteo 2:21; Efesios 2:8-10). Tenemos un propósito especial y una misión sagrada. Hemos recibido la santidad que pertenece a Cristo, perseguimos esa santidad siendo moldeados progresivamente a Su imagen, y estamos declarando el evangelio del Santo de Dios al mundo. Todo esto lo hacemos sólo para la gloria de Dios. Quien es tres veces santo y reina por siempre.
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