La palabra trinidad se utiliza para describir la incomprensible Divinidad: Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo. El gran misterio de la Trinidad comunica que Dios es de alguna manera tres Personas y, sin embargo, un solo Dios.
Hay que admitir que nuestro Dios trino infinito está más allá de la comprensión de nuestras mentes humanas finitas. La Biblia enseña que Dios es uno (Deuteronomio 6:4, 1 Corintios 8:4, Gálatas 3:20, 1 Timoteo 2:5), pero que también es tres Personas: Dios Padre (Juan 6:27, Romanos 1:7, 1 Pedro 1:2), Dios Hijo (Juan 1:1,14, 8:58, Colosenses 2:9) y Dios Espíritu Santo (Hechos 5:3-4, 1 Corintios 3:16). A primera vista, estos dos conceptos parecen excluirse mutuamente. Pero debemos recordar que estamos hablando de un Dios Creador, que no está limitado como nosotros (Isaías 55:8-9). Muchos errores y herejías con respecto a Dios nacen cuando la gente intenta explicar lo inexplicable y comprender lo insondable (Romanos 11:33). Estos errores y herejías incluyen el triteísmo (la creencia en tres dioses), el modalismo (las tres Personas son roles independientes), el monarquianismo (Dios existió en Jesús y existe en el Espíritu Santo, pero Jesús y el Espíritu Santo no son Dios), y el patripasianismo (Dios el Padre se convirtió en el Hijo y se convirtió en el Espíritu). Cada uno de estos intentos de explicación hace que la Trinidad sea más fácil de comprender. Pero todas son erróneas porque contradicen la verdad de Dios revelada en la Biblia. Solo hay un Dios que es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Nuestro Dios trino es maravilloso y misterioso. Sus pensamientos y Sus caminos van mucho más allá de los nuestros (Isaías 55:8-9). Cuanto antes lo admitamos, antes podremos centrarnos en nuestra relación con Dios. Él ha revelado lo suficiente de Sí mismo como para comprender que la Trinidad es verdadera, aunque no entendamos del todo cómo es posible. Dios Padre envió a Jesús, Su Hijo unigénito, el Dios Hombre, para ser el Salvador del mundo (Juan 3:16, 4:42). Jesús habló en nombre del Padre y vino a hacer Su voluntad. Esto incluyó ofrecer Su vida como sacrificio a través de Su crucifixión, para pagar la pena completa por nuestro pecado, y resucitar de entre los muertos. Jesús vivió Su vida para glorificar al Padre así como el Padre también lo glorificó a Él (Juan 17:1-5, Filipenses 2:5-11). El Espíritu Santo vino a morar en los creyentes en Pentecostés y a convencer, ayudar y dar poder a los creyentes para vivir vidas justas y glorificar a Jesucristo. El Espíritu Santo se somete a Jesús y Lo glorifica, revelándonos Su verdad. El Padre es Dios, el Hijo es Dios y el Espíritu Santo es Dios, pero solo hay un Dios. Esa es la verdad bíblica expresada en las Escrituras. Aunque es fascinante estudiarla, la doctrina de la Trinidad no debe consumir nuestra atención ni llegar a ser más importante que nuestra relación real con nuestro Dios.