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Si Jesús perdonó todos mis pecados cuando me hice cristiano, ¿por qué no voy a seguir pecando?

Cuando aceptamos a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador, Él quita todos nuestros pecados por siempre. Su sangre limpia todo lo que hemos hecho y todo lo que haremos. Su sacrificio también hace un cambio fundamental en nuestros corazones. Ya no somos esclavos del pecado. Primera de Corintios 10:13 dice que cualquiera que sea la tentación que enfrentemos, Dios nos dará una salida. Sin embargo, todo cristiano peca. No podemos vivir una vida completamente santa en la tierra.

Así que, ¿cuál es la razón para no pecar? Si Jesús ha quitado nuestros pecados y seguiremos pecando sin importar nuestro esfuerzo, ¿por qué no claudicar?

Esa actitud muestra un entendimiento egoísta y equivocado sobre nuestra relación con Dios.

El perdón del pecado no es el final de nuestro caminar espiritual. Es el principio. Es el punto de partida de una vida totalmente nueva. El Creador del universo no nos salvó para que pudiéramos continuar en nuestra vida anterior, sino que nos rescató para no tener que vivir en el pecado y el quebrantamiento. Las normas de Dios nos muestran cómo vivir esta nueva vida, para vivir mejor nuestra nueva naturaleza:

Romanos 12:2: No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

Con el perdón de los pecados tenemos el título de "hijo de Dios" (Juan 1:12). Somos adoptados en la familia de Dios, y debemos aprender a vivir en ella. Negarse es como irse a vivir con alguien y actuar de la manera más egoísta posible. Eso no es una familia; es una señal de que no te importa nadie más que tú mismo.

Filipenses 2:14-15: Haced todo sin murmuraciones y contiendas, 15 para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo.

Pablo menciona algo interesante en Romanos 6:1. Si recibir el perdón de los pecados es recibir la gracia de Dios, entonces ¿no recibiremos más gracia si pecamos más? Eso es como decir "Si mi mamá me cuida con mucho amor cuando estoy enfermo, ¿no debería enfermarme más a menudo?" Una madre que ama a Dios no amará ni cuidará menos a su hijo si él está bien. Simplemente lo cuidará de manera diferente. Él tendrá mayor libertad para explorar el mundo, y vendrá a ella de buena gana con gozo, en vez de llamarla desde su cama como si estuviera enfermo.

Del mismo modo, Dios no niega la gracia a los que son obedientes. Él les da una gracia diferente. Una que produce poder y eficacia. Una que alcanza a otros con el Evangelio para que ellos también puedan ser salvos. Es una gracia maravillosa poder invocar a Dios en nuestro pecado y pedirle que nos libere. Pero también es una gracia poder llamarlo con gozo cuando no estamos en pecado. Jesús equiparó la obediencia a Dios con el gozo cuando dijo a Sus discípulos: "Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Estas cosas os he hablado, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea cumplido" (Juan 15:10-11).

Desde un punto de vista teológico, Romanos 6:2-14 explica por qué no debemos pecar, aunque seamos perdonados. Cuando aceptamos a Cristo, llegamos a ser una nueva creación. Recibimos una nueva naturaleza. Somos "sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva" (Romanos 6:4).

La salvación es mucho más que un billete dorado que nos hace entrar en el cielo después de la muerte. Es una transformación que altera todo nuestro ser. Tenemos que vivir a partir de nuestro nuevo yo. Rechazarla es optar por ser una persona inválida espiritualmente -viva, pero débil, inútil y contraria a nuestra propia naturaleza. Esto demuestra una increíble falta de fe en que Dios sabe lo que es mejor y una falta de gratitud por el llamado de Jesús en nuestras vidas.

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