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¿Cómo deben lidiar los cristianos con la oración sin respuesta?

Se dice que Dios siempre contesta las oraciones. Él responde con "sí", "no" o "espera", pero esa teología simplista solo comienza a consolarnos cuando se nos dice que el aparente silencio de Dios debe traducirse como "espera".

Aún así, no debemos desanimarnos. La creencia predominante es (y así debe ser) que Dios es soberano, que Él sabe lo que es mejor para nosotros, y que actúa (o no actúa) en nuestro absoluto beneficio.

Debemos recordar que la verdadera oración es comunicarse con el Creador, estar en contacto con el que ocupa la sala del trono celestial. ¡La oración nos guía ante el único Dios verdadero! Este privilegio nos es otorgado solo por el sacrificio de la vida de Jesucristo (Hebreos 4: 15-16; 10: 19-23). No esperes oraciones respondidas si no eres primero un hijo de Dios a través de Jesús (Juan 1:12; 3: 16-18) y te acercas a Dios basado en el trabajo de Jesús. Además, no esperes oraciones respondidas si no están dirigidas al Dios trino de la Biblia. Él solo tiene poder para responder la oración, y nos invita a orar directamente a Él.

Cuando parece que Dios no responde nuestra oración, debemos recordar que nuestra visión está limitada por el tiempo, el espacio y el conocimiento. Dios no está limitado de ninguna manera. Lo que parece "sin respuesta" para nosotros bien puede ser "respondido" por Él, solo en un momento o forma que no necesariamente reconocemos completamente.

Podemos confiar en su conocimiento y también en su cuidado. Hebreos 4: 15–16 nos dice: "Porque no tenemos un sumo sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que ha sido tentado en todo de la misma manera que nosotros, aunque sin pecado. Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos."

Al reflexionar sobre el poder y la bondad de Dios, también debemos reflexionar sobre nuestra falta de justicia que puede obstaculizar nuestras oraciones. Dios conoce nuestro pecado. ¿Lo conocemos nosotros?

David escribió: "¡Señor, tú me examinas, tú me conoces. Sabes cuándo me siento y cuándo me levanto; aun a la distancia me lees el pensamiento. Mis trajines y descansos los conoces; todos mis caminos te son familiares. No me llega aún la palabra a la lengua cuando tú, Señor, ya la sabes toda." (Salmo 139: 1–4). En el mismo Salmo, escribió: “¡Examíname, oh Dios, y sondea mi corazón; ponme a prueba y sondea mis pensamientos. Fíjate si voy por mal camino, y guíame por el camino eterno." Si nuestras oraciones parecen no tener respuesta, podemos pedirle a Dios que revele cualquier forma pecaminosa que esté oculta en nuestros corazones. 1 Juan 1: 9 nos dice que "Si confesamos nuestros pecados, Dios, que es fiel y justo, nos los perdonará y nos limpiará de toda maldad." Aunque todos nuestros pecados, pasados, presentes y futuros, son expiados en Jesús, todavía pecamos y todavía daña la cercanía de nuestra comunión con Dios. Cuando reconocemos nuestro pecado, la solución es confesarlo y recibir la limpieza de Dios. Esto ayudará a mantener claras las líneas de comunicación con Dios a través de la oración.

Pedir cosas con motivos equivocados (2 Crónicas 7:14; Salmo 66:18; Santiago 4: 3), falta de fe (Proverbios 15: 8) e hipocresía (Marcos 12:40) también pueden entorpecer nuestras oraciones. Deberíamos examinar nuestro corazón y nuestras oraciones para ver si confiamos en Dios y realmente buscamos cosas para Su gloria.

Podría ser que Dios está dejando nuestras oraciones aparentemente sin respuesta porque nos está haciendo crecer en la fe. Dios puede estar pidiéndonos que persistamos en nuestras oraciones, que nos acerquemos más a Él. Podemos caer en la actitud de que Dios es una especie de Papá Noel cósmico, enviándole nuestras listas de cosas que queremos y esperando que nos las entregue. También podemos encontrarnos tratando a Dios como una especie de máquina tragamonedas divina, depositando nuestras oraciones con la esperanza de que finalmente ganemos un premio gordo. Dios no es un hada madrina que concede nuestros deseos, ni un dispositivo de apuestas que a veces reparte respuestas a las oraciones. Incluso podríamos tener una visión completamente correcta de Dios y el propósito de la oración, y aun así Él nos pide que persistamos y esperemos. A medida que continuamos presentando nuestras solicitudes ante Él, Él es fiel para moldearnos, y para profundizar nuestra confianza.

Dios es santo, justo y amoroso. Él nos invita a acercarnos a Él y nos dice que solo necesitamos una pequeña cantidad de fe (Mateo 17:20). Nos dice que seamos persistentes (Mateo 15: 21–28; Lucas 18: 1–8), que seamos humildes (Santiago 4: 6; Proverbios 3:34) y que expresemos gratitud siempre (1 Tesalonicenses 5: 16–18).

Nuestra actitud debe ser de agradar a Dios, no a nosotros mismos. Es nuestra fe lo que agrada a Dios (Hebreos 11: 6) y esa fe debe confiar en la rectitud de Dios que en ocasiones responde nuestras oraciones con silencio.

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