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¿Qué enseña la Biblia acerca de la compasión?
Una definición general de compasión es empatía y preocupación por el sufrimiento de los demás. Las palabras griegas y hebreas traducidas como "compasión" en la Biblia hablan de tener misericordia o ser movidos a una piedad empática.
El punto de descripción más importante de esta palabra es Dios mismo. Dios es la raíz y el fundamento, el manantial y la fuente de toda verdadera compasión (1 Juan 4:16). La compasión de Dios es exaltada en toda la Biblia. A continuación se presentan dos pasajes particularmente pertinentes:
“¿Qué Dios hay como tú, que perdone la maldad y pase por alto el delito del remanente de su pueblo? No siempre estarás airado, porque tu mayor placer es amar. Vuelve a compadecerte de nosotros. Pon tu pie sobre nuestras maldades y arroja al fondo del mar todos nuestros pecados." (Miqueas 7: 18-19).
“Tan compasivo es el Señor con los que le temen como lo es un padre con sus hijos. Él conoce nuestra condición; sabe que somos de barro. El hombre es como la hierba, sus días florecen como la flor del campo: sacudida por el viento, desaparece sin dejar rastro alguno. Pero el amor del Señor es eterno y siempre está con los que le temen; su justicia está con los hijos de sus hijos…” (Salmos 103: 13-17).
Dios es compasivo. Él se compadece del sufrimiento de su pueblo. Él ve nuestra angustia y se apiada de nosotros. Sin embargo, su compasión es más que mera compasión y piedad. La compasión de Dios está relacionada con Su misericordia, bondad, paciencia, gracia, perdón y amor. De hecho, algunos de estos atributos están tan relacionados y entrelazados que establecer demarcaciones claras entre ellos es una tarea muy difícil. La compasión de Dios lo impulsa a actuar. Él no es un observador impotente, sino el soberano omnipotente del universo (Romanos 9: 14-16). La compasión de Dios por nuestro estado de perdición y miseria lo llevó no solo a sentir nuestro dolor; sino también a proveer un sacrificio por nuestra culpa; esto lo hizo por medio de enviar a su Hijo a morir por nuestros pecados (Romanos 5: 8; Efesios 2: 1-10).
Jesús es el regalo más compasivo del Padre a la humanidad. Se nos perdona nuestra culpa y se nos rescata de nuestra condición deplorable solo a través de poner nuestra fe en Jesucristo (Juan 14: 6; Hechos 4:12).
Jesús es Dios en la carne (Juan 1:14). Él experimentó la vida humana y es capaz de empatizar plenamente con nosotros (Hebreos 4: 14-16). Vivió una vida perfecta y modeló la compasión para nosotros. Al observar la compasión de Cristo vislumbramos la compasión del Padre y vemos como nosotros mismos podemos mostrar compasión a los demás (Filipenses 2: 1-11).
La compasión de Cristo se puede ver claramente en las narraciones del Evangelio. Por ejemplo, en Mateo 9:36, observamos la compasión de Cristo por los acosados e indefensos. En Mateo 14:14, vemos Su compasión por aquellos que sufren enfermedades. En Mateo 15:32, somos testigos de su compasión por los que tienen hambre. En Lucas 7: 11-15, escuchamos de Su compasión por las viudas que eran especialmente vulnerables; por lo tanto, resucitó al hijo de la viuda y se lo entregó. En el caso de Lázaro, la compasión de Cristo fue tan fuerte que Él lloró (Juan 11). Cuando Jesús llegó a la tumba, resucitó a Lázaro de la muerte y lo entregó a sus afligidos familiares. Sin duda, Jesús mismo se regocijó enormemente por el regreso de su amigo.
El pináculo de la compasión de Cristo se observa en la cruz del Calvario donde entregó su vida por los pecados del mundo (Juan 3:16). Los que ponen su fe en Jesús nacen de nuevo espiritualmente y reciben el Espíritu Santo. Somos hechos nuevas creaciones en Cristo (2 Corintios 5:17). Esto nos permite amar a Dios y a nuestro prójimo. En las Escrituras se nos ordena tener corazones compasivos al relacionarnos con nuestros compañeros cristianos (Colosenses 3: 12-15) y con aquellos que aun han de oír el evangelio y creer en Cristo.
Esta compasión a la que estamos llamados no es sólo emocional, sino que es una llamada a la acción. La verdadera compasión abarca tanto un sentimiento de empatía y compasión como una acción positiva que tomamos para aliviar el sufrimiento del que somos testigos (1 Juan 3:18). Uno de los actos más compasivos en el que podemos involucrarnos es el de compartir el evangelio de Jesucristo con los que no lo conocen. Sin embargo, nuestra compasión no se debe limitar solo a los perdidos. Se nos manda a tener compasión por todas las personas, pero especialmente con aquellos que pertenecen a la familia de la fe (Gálatas 6:10) y especialmente a los que son pobres e desvalidos entre nosotros (Santiago 1:27).
Jesús le ha dado a los creyentes el Espíritu Santo y se nos ordena que sigamos sus indicaciones de ser compasivo (Gálatas 5: 22-23). Debemos tener el corazón de Jesús para las almas perdidas, heridas, pobres y necesitadas de este mundo. Las Escrituras dan a entender claramente que si no tenemos compasión o amor por los demás, entonces no conocemos a Dios (1 Juan 3:17; 4:20). No podemos estar desprovistos de compasión y aún así llamarnos cristianos. La compasión es de suma importancia para revelar la autenticidad de nuestra fe en Cristo. La compasión y el amor son cómo nos identificamos como discípulos de Cristo (Juan 13: 34-35). Sin ella no somos más que platillos ruidosos (1 Corintios 13: 1-3).
Oremos para que el Señor nos perdone cuando nuestros corazones estén fríos y que el Espíritu Santo encienda las llamas de la compasión en nosotros.
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