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¿Cómo puedo evitar el agotamiento ministerial?
Dios nos creó con la necesidad de descansar y tomar un respiro de nuestras actividades, incluso cuando esas actividades son parte del ministerio y lo honran a Él.
Él nos marcó la pauta al crearnos con la capacidad para dormir: dormimos aproximadamente un tercio de nuestra vida. Él estableció el patrón para nosotros al tomar el séptimo día de la creación para descansar. "Fueron, pues, acabados los cielos y la tierra, y todo el ejército de ellos. Y acabó Dios en el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación" (Génesis 2:1-3).
Cuando experimentamos el agotamiento, o cuando estamos al borde del abismo, incluso en el ministerio profesional, es útil revisar tres aspectos de nuestra vida y de nuestro trabajo: nuestros ritmos, la fuente de nuestras fortalezas y nuestro llamado. Cada uno de estos aspectos está correctamente arraigado en nuestra relación con Dios.
En primer lugar, ¿te tomas tiempo para cuidarte física, emocional y espiritualmente? Si vaciamos nuestro depósito y nunca lo rellenamos, es probable que nos agotemos. El ministerio requiere que nos entreguemos desinteresadamente y, a veces, sólo recibimos de él una recompensa celestial (Marcos 9:41; Lucas 12:34), sin embargo, debemos alimentarnos para continuar el viaje.
Toma tiempo cada semana para adorar a Dios, para que alguien te diga palabras de verdad de la Biblia y para descansar. Jesús dio a entender que el día de reposo es un regalo (Marcos 2:27). No reemplaces la adoración a Dios con la idolatría de tu trabajo ministerial. Jesús apartó tiempo de Su ministerio para pasar tiempo a solas con Dios (por ejemplo, Marcos 1:35; 6:46; Lucas 4:42; 6:12). Sigue Su ejemplo.
Pablo comparó su labor ministerial con "derramarse en libación" (Filipenses 2:17; 2 Timoteo 4:6). El ministerio implica llevar las cargas de otros (Gálatas 6:20), lo cual puede ser agotador. Necesitamos tiempo para estar con la familia y los amigos, tiempo para centrarnos en otras actividades o pasatiempos, tiempo para consultar a mentores espirituales y tiempo para retirarnos durante períodos de tiempo y reponer fuerzas.
En segundo lugar, comprueba de dónde sacas tus fuerzas, dirección y enfoque. Jesús nos sirvió de modelo. Él permanecía activo cuando pasaba tiempo en oración con Dios. Necesitamos la ayuda de Dios para evitar el cansancio (Gálatas 6:9; 2 Tesalonicenses 3:13).
Nuestras propias fuerzas, perspectivas y fortaleza no bastan para sostener el ministerio. Muchas veces, empezamos a trabajar en un ministerio en función de nuestros dones y personalidades, o incluso de nuestra capacidad para satisfacer lo que parece ser una necesidad apremiante. Ahora bien, Dios no necesita estas habilidades y capacidades naturales o aprendidas. Y la necesidad de hacer algo no es necesariamente un llamado personal a hacerlo. Con frecuencia, Dios nos coloca en un ministerio que se ajusta a nuestras capacidades y personalidades naturales, y muchas veces somos llamados a cubrir un puesto vacante. Otras veces, Dios nos coloca en un lugar que nunca esperaríamos. Y en ocasiones Dios llama a otra persona para cubrir una necesidad concreta, aunque nosotros seamos capaces de hacerlo. En cualquier caso, nuestras capacidades por sí solas nunca serán suficientes. La obra de Dios requiere el poder de Dios. El ministerio más adecuado es aquel al que Dios te ha llamado, y sólo se puede llevar a cabo plenamente con Su fuerza. Lo importante es reconocer el llamado de Dios y responder a él. Cuando Él nos llama, también nos equipa. Incluso Jesús, en la tierra, necesitó una estrecha conexión con Dios Padre. "Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente" (Juan 5:19).
Los apóstoles y los primeros discípulos también aprendieron a no confiar en sus propias fuerzas y conocimientos. El libro de los Hechos registra varios casos de líderes que primero fueron llenos del Espíritu Santo antes de ministrar (por ejemplo, Hechos. 4:8, 31; 7:55). Al Espíritu Santo se le atribuye la difusión del Evangelio y el crecimiento de la Iglesia (Hechos 2:41, 47). Los líderes que participaron confiaron en el poder de Dios para lograr lo que nunca podrían hacer por sí solos (Lucas 24:49; Hechos. 1:4-5).
¿Quieres ver lo que tú puedes lograr o lo que Dios puede lograr a través de ti? La importancia del trabajo ministerial y nuestras habilidades para hacer ese trabajo pueden fácilmente llevarnos al orgullo. D. L. Moody nos enseñó bien cuando dijo: "Antes de orar para que Dios nos llene, creo que primero debemos orar para que nos vacíe".
En tercer lugar, debemos saber con certeza que Dios nos llamó al ministerio en el que estamos involucrados. Con frecuencia debemos preguntarnos si Dios nos ha guiado o no, porque el orgullo y la vanidad se apoderarán de nosotros. Lo más importante para el éxito de nuestro ministerio es el llamado y el poder de Dios, no los dones y ni siquiera los resultados. ¿Recuerdas a Moisés? Fue llamado a ser portavoz de los israelitas cautivos, pero le costaba hablar (Éxodo 4:10). Generalmente se dice que Dios prepara a los llamados, y no que llama a los preparados.
Hay muchos ejemplos de esto en la Biblia. Gedeón era inadecuado (Jueces 6:12, 15), Saulo era un asesino que se convirtió en el apóstol Pablo (Hechos 9:1-2, 14-15), y muchos de los discípulos eran hombres comunes que no parecían un grupo con probabilidades de cambiar el mundo (Mateo 9:9; Marcos 1:16). El trabajo ministerial puede ser desalentador, pero no debemos temer porque sabemos que es una obra de Dios, no una obra de nuestras propias fuerzas.
Cuando Dios nos llama a una obra determinada, podemos sobrellevar largos períodos de estancamiento en el ministerio, soledad y dificultad porque no cuestionamos nuestras propias habilidades y fortalezas. Podemos confiar en que Él nos dará la capacidad para realizar lo que ha planeado para nosotros (Éxodo 35:20-25; 1 Corintios 12:4-5; Efesios 2:10). También sabemos que al ministrar, es Él quien recibe la gloria y no nosotros. No necesitamos llevar cargas que no son de Dios, ni intentamos quitarle Su gloria. Por el contrario, en el ministerio, simplemente buscamos obedecer a Dios, buscando que Él nos dirija y nos llene. Reconocemos Su llamado (Juan 10:27; Hechos 13:2) y obedecemos.
Si confiamos en Dios como nuestra Fuente, dependiendo de Él para recibir fortaleza y dirección, y si aceptamos con gozo el descanso y el refrigerio que Él nos proporciona, podemos evitar el agotamiento.
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