La Biblia enseña que Dios es el Creador de todas las cosas (Génesis 1:1), que existe antes y aparte de Su creación. Las Escrituras afirman la naturaleza inmutable de Dios (Malaquías 3:6) y Su soberanía sobre toda la creación (Colosenses 1:16-17). La Biblia subraya la trascendencia de Dios (Isaías 55:8-9), al tiempo que reconoce Su inmanencia (Salmo 139:7-10). Exige la adoración exclusiva de Dios (Éxodo 20:3-5), lo cual contradice las ideas panenteístas que desdibujan los límites entre Creador y creación.
La visión bíblica de Dios como perfecto, autoexistente y distinto de la creación contrasta con el concepto panenteísta de un Dios que abarca el universo y se ve afectado por él.
La distinción Creador/creación en las Escrituras mantiene la trascendencia de Dios al tiempo que reconoce Su íntima implicación con la creación. La creación puede ser admirada como Su obra, pero no como una extensión de Su ser. La creación puede valorarse y administrarse bien, y podemos confiar en la constancia y fidelidad de Dios, en lugar de considerarlo sujeto a las fluctuaciones del universo.
Mientras que el mundo natural puede estar sujeto al cambio, la decadencia y la imprevisibilidad, Dios permanece inmutable, digno de confianza y no está sujeto a las leyes del universo que Él creó (Malaquías 3:6). Esto nos permite depositar nuestra máxima confianza en Él, sabiendo que Sus propósitos y Su carácter no cambian con las mareas cambiantes del cosmos. Al comprender esto, podemos vivir admirando tanto la majestad de Dios como Su cercanía, sin confundir Su esencia con el mundo material que gobierna.