¿Acaso los cristianos pueden tener una mejor vida ahora?

Muchas personas buscan vivir lo que se ha denominado su "mejor vida ahora". Muchos creen que la riqueza y el éxito son el camino a la felicidad. Pero, ¿acaso Dios quiere que todos Sus hijos sean ricos, y además nos dice que la salud, la riqueza y la prosperidad son el camino para encontrar la felicidad? Y más importante aún, ¿es tu mejor vida posible ahora o tu mejor vida está por venir?

No cabe duda de que el no cristiano vive su mejor vida en el aquí y ahora, porque para los que no tienen a Cristo, la vida venidera es una vida sin esperanza, sin gozo, sin sentido, sin satisfacción y sin el alivio del sufrimiento eterno. De acuerdo con la Biblia, los que han rechazado a Jesucristo pasarán una eternidad en "las tinieblas de afuera; allí será el lloro y el crujir de dientes" (Mateo 8:12; 22:13; 24:51; 25:30; Lucas 13:28). Por lo tanto, tratar de disfrutar de su mejor vida mientras puedan es todo lo que pueden hacer, porque la próxima vida será realmente espantosa.

Ahora bien, ¿cómo podemos los cristianos esperar que un mundo infectado por el pecado nos ofrezca nuestra mejor vida ahora? Las Escrituras describen la vida en esta tierra en términos inequívocos: "Pero como las chispas se levantan para volar por el aire, así el hombre nace para la aflicción" (Job 5:7); "todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución" (2 Timoteo 3:12); "Hermanos míos, tened por sumo gozo cuando os halléis en diversas pruebas" (Santiago 1:2). El Señor nunca prometió salud, riqueza o éxito en esta vida. Pretender tener nuestra mejor vida en una creación que gime en la "esclavitud de corrupción" (Romanos 8:20-23) es una utopía casi imposible. Semejante idea incita a las personas a decidir por sí mismas lo que será su mejor vida, y a culpar o rechazar a Dios cuando no les cumple.

Sólo basta con mirar las vidas del Señor Jesús, los apóstoles y los primeros mártires cristianos para saber que la filosofía de la "mejor vida ahora" no es cierta. Jesús nunca fue rico, y los que le siguieron en su mayoría eran pobres. Ni siquiera tenía un lugar donde reclinar la cabeza (Lucas 9:58). Pablo dice: "De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. 25 Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado; tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; 26 en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre falsos hermanos; 27 en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y en desnudez" (2 Corintios 11:24-27). Pablo no estaba viviendo su mejor vida en esta tierra. No buscaba su mejor vida ahora; esperaba su mejor vida en el futuro (Filipenses 1:21). Pedro dijo: "Bendito el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que según su grande misericordia nos hizo renacer para una esperanza viva, por la resurrección de Jesucristo de los muertos, 4 para una herencia incorruptible, incontaminada e inmarcesible, reservada en los cielos" para todos los que están en Cristo (1 Pedro 1:3-4). Nuestras vidas en la tierra rebosan de esperanza. Lo mejor está por llegar.

El sufrimiento de los primeros mártires cristianos que fueron ahorcados, quemados en la hoguera, decapitados y hervidos en aceite por su fe y su fidelidad a Cristo, fueron aquellos que gustosamente sufrieron por el Salvador al que adoraban. ¿Acaso sufrieron estas muertes atroces porque no eran conscientes de que podrían vivir mejor ahora—si sólo persiguieran la riqueza y una buena imagen de sí mismos? No, soportaron pacientemente esta vida, "aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo" (Tito 2:13). En la otra vida es donde finalmente encontraron su mejor vida, no en esta "neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece" (Santiago 4:14).

Para el cristiano, la vida aquí, por buena que sea, no es nada comparada con la vida que nos espera en el cielo. Las glorias del cielo -vida eterna, justicia, gozo, paz, perfección, la presencia de Dios, la gloriosa compañía de Cristo, recompensas y todo lo demás que Dios ha planeado- es la herencia celestial del cristiano (1 Pedro 1:3-5), y hasta la mejor vida en la tierra se verá opacada en comparación. Incluso la persona más rica y con más éxito de la tierra acabará envejeciendo, enfermando y muriendo, y su riqueza no servirá para evitarlo. No obstante, los cristianos tenemos la esperanza de saber que después de la muerte vendrá nuestra mejor y eterna vida.



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