¿Qué es un lamento en la Biblia?
Un lamento es una expresión de pena, dolor, decepción o luto. La Biblia tiene muchos ejemplos de lamentos. Casi todos los libros proféticos incluyen un lamento, y también hay salmos de lamento, e incluso Jesús se lamentó cuando citó el Salmo 22:1 en la cruz. Nehemías 1:4 registra la reacción de Nehemías ante la devastadora noticia de que la ciudad de Jerusalén estaba en ruinas. Dice: "Cuando oí estas palabras me senté y lloré, e hice duelo por algunos días, y ayuné y oré delante del Dios de los cielos". La palabra "lloré" también se puede traducir por "lamenté". Dice que Nehemías se lamentó durante días. ¿Cómo pudo haber sido eso exactamente? Los lamentos que se registran en Job, Salmos, Habacuc y Lamentaciones pueden darnos una pista. Después de haber sido afligido con un sufrimiento cada vez mayor, Job dice: "Clamo a ti, y no me oyes; me presento, y no me atiendes...Cuando esperaba yo el bien, entonces vino el mal; y cuando esperaba luz, vino la oscuridad...Se ha cambiado mi arpa en luto, y mi flauta en voz de lamentadores" (Job 30:20, 26, 31). Job analiza su situación y se sincera sobre el dolor que sufre. Habla de sus esperanzas truncadas y de que lo único que le queda por hacer es llorar y lamentarse.
El Salmo 88 refleja sentimientos similares. El salmista escribe: "Porque mi alma está hastiada de males, y mi vida cercana al Seol...Te he llamado, oh Señor, cada día; he extendido a ti mis mano...¿Por qué, oh Señor, desechas mi alma? ¿Por qué escondes de mí tu rostro? (Salmo 88:3, 9, 14). El salmista comienza siendo sincero sobre el estado de su vida. Dice que está cerca de la muerte y que su alma está llena de problemas. Dice que ha acudido a Dios en busca de liberación y que, sin embargo, su sufrimiento continúa. Y empieza a preguntarse por qué Dios ha permitido su sufrimiento. Al igual que Job, la única respuesta que puede dar es lamentarse ante el Señor.
La mayoría de los Salmos de lamentación comienzan como el Salmo 88, aunque después siguen una estructura más completa. Comienzan expresando dolor, manifestando la profundidad de la angustia en su situación actual; luego los salmistas claman por la liberación, recordando la bondad de Dios; y finalmente terminan expresando confianza y regocijo en Dios. El Salmo 13 es un buen ejemplo de un lamento con esta estructura. Comienza diciendo: "¿Hasta cuándo pondré consejos en mi alma, con tristezas en mi corazón cada día?" (Salmo 13:2). Luego el autor clama por su liberación diciendo: "Mira, respóndeme, oh Señor Dios mío" (Salmo 13:3). Y finalmente termina diciendo: "Mas yo en tu misericordia he confiado; mi corazón se alegrará en tu salvación. Cantaré al Señor, porque me ha hecho bien" (Sal 13:5-6).
El profeta Habacuc también sigue la estructura más completa del lamento en su libro profético. Habacuc se lamenta de las injusticias que ve a su alrededor cuando vivía en Judá antes de que Babilonia invadiera Jerusalén. Cuando presenta sus inquietudes a Dios, Él le asegura que se hará justicia. Habacuc termina su lamento exponiendo primero la magnitud del sufrimiento diciendo: "Aunque la higuera no florezca, ni en las vides haya frutos, aunque falte el producto del olivo, y los labrados no den mantenimiento, y las ovejas sean quitadas de la majada, y no haya vacas en los corrales" (Habacuc 3:17). Sin embargo, Habacuc cambia su enfoque diciendo: "Con todo, yo me alegraré en el Señor, y me gozaré en el Dios de mi salvación" (Habacuc 3:18). Quizá el mejor ejemplo de lamento en la Biblia sea el libro de las Lamentaciones. Aunque otros libros de la Biblia contienen ejemplos de lamentos, Lamentaciones es el único libro que únicamente contiene lamentos. Los capítulos uno y dos comienzan expresando una profunda angustia. Lamentaciones 1:20 dice: "Mira, oh Señor, estoy atribulada, mis entrañas hierven. Mi corazón se trastorna dentro de mí, porque me rebelé en gran manera. Por fuera hizo estragos la espada; por dentro señoreó la muerte". A continuación, el tercer capítulo cambia de enfoque en los versículos 19-23: "Acuérdate de mi aflicción y de mi abatimiento, del ajenjo y de la hiel; lo tendré aún en memoria, porque mi alma está abatida dentro de mí; esto recapacitaré en mi corazón, por lo tanto esperaré. Por la misericordia del Señor no hemos sido consumidos, porque nunca decayeron sus misericordias. Nuevas son cada mañana; grande es tu fidelidad". Aquí el autor de Lamentaciones desvía su atención de los horrores de su situación hacia la bondad de su Dios. El cuarto capítulo contrasta los éxitos del pasado con la angustia del presente, aferrándose a las promesas del futuro. El último capítulo, el quinto, termina pidiendo la intervención de Dios en su vida espiritual diciendo: "Vuélvenos, oh Señor, a ti, y nos volveremos; renueva nuestros días como al principio" (Lamentaciones 5:21).
Estos lamentos bíblicos muestran que Dios acepta nuestras sinceras emociones. Dios espera que le presentemos nuestra angustia y nuestra aflicción. El autor de Lamentaciones llenó su libro (que en realidad es un poema acróstico) sólo con lamentos, y Nehemías se lamentó "durante días". No hay por qué ocultar a Dios nuestra decepción o tristeza, ni por qué apresurarnos a pasar por estas emociones buscando el gozo de forma precipitada. Cuando llevamos estos lamentos ante Dios, alineamos nuestros corazones con el Suyo. Isaías 63:10 afirma que el Espíritu Santo de Dios se "entristece" cuando la gente se rebela. En Jeremías 5:30, Dios comenta: "Cosa espantosa y fea es hecha en la tierra". Dios no titubea ante el dolor y el sufrimiento y lo declara una situación penosa. Dios no se deleita en el sufrimiento de Su pueblo. En Jeremías 31:20, Dios declara acerca de Efraín: "pues desde que hablé de él, me he acordado de él constantemente". Se sabe que Jesús sintió compasión ante el sufrimiento de la gente. Mateo 9:36 dice: "Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor". Cuando Jesús vio a la gente lamentándose por la muerte de su amigo Lázaro, "se estremeció en espíritu y se conmovió" (Juan 11:33). Luego dice: "Jesús lloró" (Juan 11:35).
Dios no es ajeno al dolor profundo, así que cuando nos lamentamos, nos unimos a Él al declarar que estas situaciones no son ideales. Servimos a un Dios que se regocija al hacer el bien a Su pueblo (Jeremías 32:41), que se entristece cuando le llega el sufrimiento (Jeremías 31:20) y que acepta nuestros lamentos (Hebreos 4:16; Mateo 11:28; 1 Pedro 5:7; Filipenses 4:6).
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