Según la Biblia, el hombre “prehistórico” no existe. Cuando Dios creó a Adán y Eva (Génesis 1:26-27), eran seres humanos plenamente desarrollados, capaces de comunicación, sociedad y desarrollo (Génesis 2:19-25; 3:1-20; 4:1-12). Afirmar que Adán y Eva eran imaginarios o simbólicos, en lugar de personas reales, contradice la Biblia. La Biblia tampoco da ninguna indicación explícita de que hubiera seres parecidos a los humanos antes del hombre. La Biblia describe un periodo de agitación traumática en la Tierra: el diluvio (Génesis 6-9). Durante ese tiempo, la civilización quedó totalmente destruida, excepto ocho personas. La humanidad se vio obligada a empezar de nuevo. En este contexto histórico, algunos estudiosos creen que los humanos vivían en cuevas y utilizaban herramientas de piedra. Estos humanos no eran primitivos; simplemente eran indigentes, y desde luego no eran medio simios. Las pruebas fósiles apoyan la afirmación de que los “hombres de las cavernas” eran humanos que vivían en cuevas. La Biblia no ofrece una descripción clara de la apariencia física, como los famosos rasgos asociados a los neandertales. En cambio, se centra en las características espirituales y morales, haciendo hincapié en que la humanidad fue creada a imagen de Dios.
Los restos fósiles de simios se han interpretado en ocasiones como una transición entre el simio y el hombre. La mayoría de la gente piensa en estas interpretaciones cuando se imagina a los hombres de las cavernas. Se imaginan a criaturas peludas, mitad hombres, mitad simios, agazapados en una cueva junto al fuego, dibujando en las paredes con sus recién desarrolladas herramientas de piedra. Se trata de un error muy común. De hecho, no sólo hay una gran oposición a estas interpretaciones dentro de la comunidad académica, sino que los propios darwinistas no están totalmente de acuerdo en los detalles. Los científicos tienen que hacer suposiciones basadas en fósiles, huesos y artefactos. El hallazgo de un solo diente fosilizado, por ejemplo, puede generar muchas especulaciones en la literatura. La opinión más extendida es que tanto el hombre como el mono evolucionaron a partir del mismo antepasado. Sin embargo, esta no es la única interpretación plausible de las observaciones. Para un evolucionista, los hombres de las cavernas son un paso hacia nosotros; para el creacionista, son nosotros.
Los neandertales no son una especie de primos humanos que se extinguieron. Son humanos con ligeras diferencias morfológicas y genéticas respecto a nosotros, que reflejan la variación genética dentro de la “especie” humana que Dios creó. Los evolucionistas clasifican a los neandertales como “humanos arcaicos”, dado que tanto su ADN como sus huesos son esencialmente humanos. Recientemente, los investigadores han descubierto que las poblaciones humanas modernas de Eurasia (cuyo ADN ha sido analizado) pueden rastrear parte de su material genético hasta individuos neandertales cuyo ADN fue extraído de fósiles y secuenciado. El hecho de que los llamados “humanos arcaicos” y los humanos modernos se entrecruzaran complica aún más una historia ya de por sí confusa. Las definiciones típicas de “especie” implican poblaciones que no se entrecruzan. Pero este tipo de noticias no sorprenden a los creacionistas bíblicos, que reconocen a los neandertales como parte de la familia humana y esperarían naturalmente que las poblaciones humanas del pasado se hubieran entrecruzado igual que hoy. Tales datos genéticos reivindican y concuerdan con la narrativa bíblica.