¿Qué es el alabastro? ¿Cuáles son las historias en la Biblia con un frasco de alabastro?

El alabastro es una piedra fuerte y densa, parecida al mármol, que se encuentra en Israel y sus alrededores. La palabra "frasco" también se traduce como "botella" o "ampolleta". El alabastro es una piedra preciosa y hermosa, y se utilizó para embellecer el templo de Salomón (1 Crónicas 29:2), y la novia en el Cantar de los Cantares utilizó la descripción "columnas de alabastro" para describir las piernas fuertes y bien formadas de su amante (en versiones más modernas se llaman columnas de mármol) (Cantares 5:15). Por su belleza y resistencia, el alabastro por lo general se utilizaba para guardar perfumes preciosos.

Dos relatos bíblicos mencionan un frasco de perfume de alabastro. Los dos relatos son muy parecidos: ambos tienen que ver con una mujer que trae un frasco de alabastro con perfume o ungüento para ungir a Jesús, y ambas mujeres traen el frasco de alabastro a Jesús mientras Él está sentado comiendo en la casa de un hombre llamado Simón (un nombre común en aquella época). Sin embargo, se trata de dos mujeres diferentes y ocurrieron en dos momentos distintos. También hay un tercer relato donde Jesús es ungido, pero no se menciona ningún frasco de alabastro (Juan 12:1-8).

A la primera mujer que trajo un frasco de alabastro para ungir a Jesús la llamaron "pecadora", es decir, que llevaba un estilo de vida pecaminoso, tal vez de prostitución. Se acercó a Jesús en casa de Simón el fariseo (Lucas 7:36-50). No se sabe su nombre, pero se dice que se le habían perdonado muchos pecados. Jesús compara el amor de esta mujer, a la que se le perdonó mucho y por eso amaba mucho, con el poco amor de Simón y los demás fariseos, que amaban poco a Jesús porque pensaban que sus pecados no eran graves y que tenían poca necesidad de perdón. La voluntad de la mujer pecadora de dar a Jesús el ungüento que atesoraba en su frasco de alabastro es un símbolo de su gran amor y necesidad de Jesús, algo que los fariseos no podían entender, a causa de su orgullo. Como Jesús les dijo en otra parte: "Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores" (Marcos 2:17).

El segundo relato trata también de una mujer cuyo nombre no se menciona. Ocurre en casa de Simón, un hombre al que Jesús había sanado de la lepra (Mateo 26, 6-13; Marcos 14, 3-9). Cuando la mujer unge a Jesús con el aceite que estaba en un frasco de alabastro, Él la bendice diciendo: "Esta ha hecho lo que podía; porque se ha anticipado a ungir mi cuerpo para la sepultura. De cierto os digo que dondequiera que se predique este evangelio, en todo el mundo, también se contará lo que esta ha hecho, para memoria de ella" (Marcos 14:8-9). Se trataba de un caso de una fe asombrosa: la mujer probablemente había estado escuchando a Jesús durante Su ministerio, y creyó lo que dijo: que moriría y resucitaría (Marcos 8:31; 9:31; 10:33-34). Los otros discípulos parecían no creerlo. Tal vez pensaron que Él hablaba en sentido figurado. Sin embargo, esta mujer aparentemente le creyó, a pesar de lo confuso que debió ser para ella basándose en las expectativas comunes sobre el Mesías. La bendición de Jesús indica que la fe de esta mujer es una fe que todo creyente debería emular (Marcos 14:3-9).



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