Los cuatro seres vivientes del Apocalipsis son seres angélicos que rodean el trono de Dios y lo adoran continuamente. Se les describe con la apariencia de un león, un becerro, un hombre y un águila, cada uno con seis alas y lleno de ojos. Estas criaturas sostienen copas de oro con incienso, que representan las oraciones de los santos, lo que simboliza su papel en la presentación de las oraciones de los creyentes ante Dios. Su adoración a Jesucristo como Cordero afirma Su divinidad e igualdad con Dios, haciéndose eco de la alabanza eterna tanto del Padre como del Hijo. Su ejemplo de adoración sirve de llamado a los creyentes para honrar a Jesús en todos los aspectos de la vida, reflejando Su carácter y amor en nuestras acciones y palabras.
Los cuatro seres vivientes se postran y adoran al Cordero, junto con “el que está sentado en el trono”: Dios Padre. Las Escrituras dejan claro: “el SEÑOR es Dios; no hay otro fuera de Él” (Deuteronomio 4:35; 1 Reyes 8:60). Dios habló por medio de Isaías, diciendo: “Yo soy el SEÑOR, y no hay ningún otro; Fuera de Mí no hay Dios” (Isaías 45:5). Jesucristo también respondió a la pregunta de los fariseos sobre Su identidad diciendo: “Antes que Abraham naciera, Yo soy” (Juan 8:58). Basándonos en el posterior intento de apedrear a Jesús, sabemos que Su afirmación “Yo soy” se interpretó como “Yo soy Dios”, y los fariseos lo tomaron como una blasfemia. Pero las palabras y la adoración de los cuatro seres vivientes dejan claro que Jesús decía la verdad.
Nosotros también adoramos a Jesús por quien es. Como creyentes, reconocemos Su soberanía y divinidad, y que Él es digno de todo honor, gloria y alabanza. Así como los cuatro seres vivientes y toda la creación lo adoran, nosotros también estamos llamados a adorarlo en espíritu y en verdad, comprendiendo que Él es tanto nuestro Salvador como nuestro Rey. Lo hacemos alabándolo, dándolo a conocer, tratando de honrarlo en todo lo que hacemos y reflejando Su carácter, verdad y amor al mundo. Cuando elegimos perdonar, arrepentirnos de nuestros pecados, orar o mostrar bondad a nuestros enemigos, lo reflejamos y lo adoramos. Al adorar a Jesús, afirmamos Su papel en nuestras vidas como Aquel que nos ha redimido y ha asegurado nuestro futuro eterno con Dios Padre.