La Biblia deja claro que el matrimonio no es pecado, como tampoco lo es la soltería. Algunos apóstoles eran solteros (Pablo, por ejemplo), otros estaban casados (Pedro), y el estado civil de otros nunca se revela. Jesús nos dice que mientras algunos creyentes tienen el don de la soltería para poder servir mejor al Señor, otros eligen voluntariamente el celibato.
Pablo deja claro que la soltería es un don. Parece que su preferencia por que los corintios eligieran la soltería se debía en parte a la intensa persecución que se estaba produciendo en aquel momento. Pablo quería evitar a los creyentes las complicaciones que inevitablemente conllevaría el matrimonio. También argumentó que, al estar casados, los intereses de las parejas se dividen entre las cosas de este mundo y Dios. La persona soltera, en cambio, puede dirigir toda su atención a Dios.
Ser soltero puede ser una gran fuente de enfoque, libertad y alegría. Permanecer soltero no implica que una persona tenga algo malo o que esté incompleta. Al contrario, ¡la Biblia indica que la soltería es una gran vocación! A pesar de los muchos beneficios de la soltería, ni el matrimonio ni la soltería protegerán a una persona de las dificultades de la vida. Además, ninguno es un estatus superior o más santo que el otro. Nuestra misión debe ser honrar a Dios, lo que puede hacerse tanto casado como soltero.
Para buscar la guía de Dios para nuestra vida, debemos pedirle sabiduría (Santiago 1:5). En Romanos 12:2 se nos dice: “Y no se adapten a este mundo, sino transfórmense mediante la renovación de su mente, para que verifiquen cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno y aceptable y perfecto”. Tanto si estamos casados como solteros, la voluntad de Dios para nosotros es: “Estén siempre gozosos. Oren sin cesar. Den gracias en todo, porque esta es la voluntad de Dios para ustedes en Cristo Jesús” (1 Tesalonicenses 5:16-18).