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El Salmo 1:1-3 dice: "Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, Ni estuvo en camino de pecadores, Ni en silla de escarnecedores se ha sentado; Sino que en la ley del Señor está su delicia, Y en su ley medita de día y de noche. Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, Que da su fruto en su tiempo, Y su hoja no cae; Y todo lo que hace, prosperará". Del mismo modo, Jeremías 17:7-8 dice: "Bendito el varón que confía en el Señor, y cuya confianza es el Señor. Porque será como el árbol plantado junto a las aguas, que junto a la corriente echará sus raíces, y no verá cuando viene el calor, sino que su hoja estará verde; y en el año de sequía no se fatigará, ni dejará de dar fruto". Los árboles necesitan agua para sobrevivir y prosperar; estar plantados junto al agua significa tener acceso continuo a esta fuente de vida. Los árboles plantados junto al agua crecen fuertes y fructíferos; sobreviven incluso en épocas de sequía. Por lo tanto, la imagen de un árbol plantado junto al agua es la del libre acceso a los recursos vitales, la abundancia, la fortaleza y la protección contra los peligros.
Tanto en el Salmo 1 como en Jeremías 17, se compara a la persona fiel con los árboles plantados junto al agua. Es la persona que evita las influencias pecaminosas y su participación con los que están en contra de Dios, para deleitarse en la Palabra de Dios. Es la persona que confía en el Señor. Ambos pasajes contrastan a tal persona con aquellos que rechazan a Dios. El Salmo 1:4 dice que "No así los malos, Que son como el tamo que arrebata el viento". Jeremías 17:5-6 dice: "Maldito el varón que confía en el hombre, y pone carne por su brazo, y su corazón se aparta del Señor. Será como la retama en el desierto, y no verá cuando viene el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada". Mientras que al seguidor de Dios se le describe como un árbol fructífero cerca del agua, los que rechazan a Dios son como paja o arbustos secos.
Fíjate que los que son como árboles plantados junto al agua son los que se deleitan en la Palabra de Dios y confían en Él. Él es la fuente de la vida. Jesús le dijo a la mujer samaritana en el pozo: "mas el que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida eterna" (Juan 4:14). Juan 7 relata sobre la presencia de Jesús en la Fiesta de las Cabañas de Jerusalén. Juan escribe: "En el último y gran día de la fiesta, Jesús se puso en pie y alzó la voz, diciendo: Si alguno tiene sed, venga a mí y beba. El que cree en mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en él; pues aún no había venido el Espíritu Santo, porque Jesús no había sido aún glorificado" (Juan 7:37-39).
Los que han puesto su fe en Cristo tienen vida eterna en Él y han recibido la presencia del Espíritu Santo (Efesios 1:3-14). Cuando nos sometemos a la obra del Espíritu en nuestras vidas (Filipenses 2:12-13), nuestras vidas se caracterizan por Su fruto (Gálatas 5:22-23). En ese sentido, somos como árboles plantados junto al agua, que dan fruto.
Hay que tener en cuenta que tenemos un papel que desempeñar en todo esto. El hombre del Salmo 1 no participa en el pecado y evita el consejo de los que están atrincherados en caminos pecaminosos. Se deleita en la ley de Dios. Para nosotros, eso significa sumergirnos en la Palabra de Dios (la Biblia) para conocerle mejor. También significa obedecer Su Palabra (Santiago 1:22). El hombre de Jeremías 17 confía en el Señor. Cuanto más conocemos a Dios, más confiamos en Él. Cuando nuestra confianza está en Él, podemos vivir en paz (Filipenses 4:4-8; Hebreos 13:5-8; 1 Pedro 5:6-7).
Vivir a la manera de Dios no garantiza una vida fácil. Las épocas de sequía inevitablemente llegan, y sin embargo los árboles plantados junto al agua no tienen por qué tener miedo de ellas. Jesús nos advirtió: "Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo" (Juan 16:33). Pablo escribió: "Y también todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús padecerán persecución" (2 Timoteo 3:12). Ahora bien, sabemos que, en última instancia, este mundo no es nuestro hogar (Filipenses 3:20-21). Podemos alegrarnos de nuestros sufrimientos, sabiendo que Dios los utiliza (Santiago 1:2-4; 1 Pedro 1:3-9). Podemos fortalecernos "en el Señor, y en el poder de su fuerza" (Efesios 6:10) y ponernos su armadura. Romanos 8:28-30 nos alienta: "Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados. Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a estos también llamó; y a los que llamó, a estos también justificó; y a los que justificó, a estos también glorificó".
Cuando estamos en Cristo, podemos ser como un árbol plantado junto al agua, ver el fruto de Su obra en nuestras vidas y no temer las dificultades porque estamos permanentemente conectados a Él, quien es la fuente de toda vida. El fruto que Él produce en nuestras vidas puede beneficiar a otros y atraerlos hacia Él (Mateo 5:13-16; Juan 13:34-35). Sabiendo que nuestras vidas están "escondidas con Cristo en Dios" (Colosenses 3:3), podemos vivir como embajadores fieles (2 Corintios 5:20-21), permaneciendo en Cristo (Juan 15:1-17), amando a los demás (Romanos 13:8; Santiago 2:8), compartiendo Su verdad (Mateo 28: 18-20; Efesios 4:15; 2 Timoteo 4:2; 1 Pedro 3:15), regocijándonos en Él (Filipenses 4:4), dándole gracias por esta vida (1 Tesalonicenses 5:18) y esperando ansiosamente el día en que estemos con Él (Filipenses 1:21-24; 2 Timoteo 4:8; Apocalipsis 22:20).