Dios instituyó el matrimonio entre un hombre y una mujer para toda la vida. La Biblia no limita la institución del matrimonio a los seguidores de Dios; es para todas las personas de todas las naciones y religiones. Dios reconoce la legitimidad de los matrimonios celebrados en otras religiones. Los cristianos son libres de celebrar la expresión bíblica del matrimonio sea cual sea la fe de la pareja, pero los creyentes deben tener discernimiento. Si se exige a los invitados que participen en un acto religioso no bíblico, se debería evitar la ceremonia. Como alternativa, el cristiano podría ponerse en contacto con la pareja y ver si se puede llegar a un acuerdo; incluso podría saltarse la ceremonia y asistir solo a la recepción. En general, los cristianos deben defender el matrimonio y ayudar a los demás a hacer lo mismo.
La decisión de asistir o no a una boda de otra confesión requiere una cuidadosa reflexión y oración, ya que afecta tanto al amor a los demás como a la fidelidad a Dios. Asistir puede ser visto como un gesto de apoyo y respeto, pero también como el respaldo a una unión que no concuerda con las enseñanzas bíblicas. Debemos sopesar cómo nuestra presencia podría afectar a nuestro testimonio de Cristo y si podría causar confusión sobre nuestras creencias. A la hora de tomar estas decisiones, es crucial buscar la sabiduría de Dios y mantener una postura afectuosa pero veraz, reconociendo que, aunque estamos llamados a vivir en paz con todos (Romanos 12:18), también debemos ser conscientes de no comprometer nuestro compromiso con la Palabra de Dios. En última instancia, podemos mostrar gracia y amor hacia los demás mientras nos mantenemos firmes en nuestra fe, encontrando formas de bendecir a quienes nos rodean sin afirmar creencias o prácticas contrarias a las Escrituras.