La ontología es el estudio filosófico del ser. El argumento ontológico para apoyar la existencia de Dios, el ser supremo, se originó con Anselmo de Canterbury en el siglo XI. Aunque los detalles del argumento se han modificado desde entonces, su formulación básica puede enunciarse así: si es posible que Dios exista, entonces se deduce lógicamente que Dios existe. La Biblia asume la existencia de Dios desde el primer versículo: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra” (Génesis 1:1). No presenta argumentos a favor de la existencia de Dios porque Su existencia está a la vista de todos (Salmo 19:1; Romanos 1:20). Fuera de la Biblia, se han desarrollado muchos argumentos lógicos, filosóficos y científicos para demostrar la existencia de Dios, incluido el argumento ontológico.
La expresión moderna más popular de este argumento fue publicada por Alvin Plantinga y popularizada por William Lane Craig de la siguiente manera: comienza por señalar que es lógicamente posible que exista un ser concebible más grande (o un ser “máximamente grande”), que es lo que entendemos por Dios. Si eso es cierto, entonces hay al menos un mundo lógicamente posible en el que el mayor ser concebible existió. Pero, por definición, el ser máximamente grande debe existir en todos los mundos posibles, o no sería máximamente grande. Por tanto, puesto que existe en un mundo posible, por definición existe en todos los mundos posibles, lo que significa que existe en el mundo real. En otras palabras, a menos que el concepto de Dios sea completamente incoherente, Dios lógicamente debe existir. Si sientes que el argumento es un juego de manos, no eres el único: muchos consideran que el argumento es poco convincente. Sin embargo, cuando se formula con cuidado, resulta ser un argumento deductivamente válido que se basa únicamente en la suposición de que es posible que Dios exista. Se trata de una suposición razonable, y el resto del argumento se deduce lógicamente. A diferencia de muchos argumentos, el ontológico parte de Dios en lugar de dirigirse a Él. Está arraigado en la naturaleza misma de Dios y, por tanto, es específico del Dios vivo y verdadero. No presenta a Dios como algo que pueda existir o no y que tengamos que demostrar de una forma u otra, sino que insiste en que debe existir. Este argumento saca a la persona de la posición de juzgar lo que es verdad y la coloca en la posición de responder a la verdad (1 Pedro 3:15).