La Biblia indica que solo se debe adorar a Dios (Deuteronomio 6:4-5; Éxodo 20:3). Las Escrituras también enseñan la doctrina de la Trinidad, que significa que Dios es tres personas en una: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (Mateo 28:19; 2 Corintios 13:14; 1 Pedro 1:2). Como tercera Persona de la Deidad, el Espíritu Santo tiene conocimiento perfecto (1 Corintios 2:11), una mente (Romanos 8:27), amor (Romanos 15:30) y una voluntad (1 Corintios 12:11). Puede ser insultado (Hebreos 10:29), se le puede mentir (Hechos 5:3), se le puede resistir (Hechos 7:51) y puede ser entristecido (Efesios 4:30). Es plenamente igual a Dios Padre y a Dios Hijo, y debe ser adorado como tal.
El Nuevo Testamento presenta ejemplos de la adoración al Espíritu Santo junto con la adoración al Padre y al Hijo (Colosenses 1:6-8; 2 Corintios 13:14). De hecho, las Escrituras afirman que la adoración a Dios no puede tener lugar sin el Espíritu de Dios, ya que el Espíritu vive dentro de los creyentes (Romanos 8:16) y nos impulsa a responder en adoración. La Biblia muestra que podemos adorar a Dios a través de nuestras acciones y con nuestras palabras (Romanos 12:1). El Espíritu Santo puede y debe ser adorado como Dios.
Cualquier feligrés ha recitado alguna vez la tradicional Doxología: “A Dios el Padre, Celestial, / Al Hijo, nuestro Redentor, / Y al eternal Consolador, / Unidos todos alabad”. Estas palabras son tan familiares que probablemente las hayas memorizado. Pero, afortunadamente, no son tan familiares como para vaciarlas de significado. El sentido de la Doxología es importante: el Espíritu Santo es tan digno de alabanza como el Padre y el Hijo.
El Espíritu es el “Consolador” que Jesús prometió enviar a Sus seguidores (Juan 15:26). El Espíritu nos capacita para hacer lo que no podríamos lograr por nuestras propias fuerzas (Romanos 8:26-27). En los países occidentales, los mensajes sobre el autoempoderamiento a veces pueden nublar la comprensión de los creyentes sobre la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas. Un buen ejemplo de esto son las dudas que algunos creyentes tienen sobre la evangelización. Pueden sentirse inseguros sobre qué decir o dudar de su habilidad para convencer a los demás. Pero, en última instancia, todos los creyyentes deben darse cuenta de que no es nuestra elocuencia o habilidad para argumentar lo que atrae a los demás, sino la obra del Espíritu Santo. Afortunadamente, la Biblia muestra que Dios nos permite participar en esta obra del reino, pero no nos deja solos, porque el Espíritu actúa en nosotros para cumplir la voluntad de Dios. Somos responsables de prepararnos para hacer la voluntad de Dios, pero el éxito o el fracaso en la evangelización no dependen de nosotros. Cuando nos damos cuenta de esto, no podemos evitar estar agradecidos por la presencia del Espíritu Santo en nuestras vidas. De hecho, el Espíritu Santo puede y debe ser adorado como Dios.