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El concepto de la omnipresencia de Dios, es decir, que está presente en todos los lugares y en todo momento, generalmente se asocia con ideas similares sobre la naturaleza de Dios, esto es, que también es omnisciente (que todo lo sabe) y omnipotente (que todo lo puede). Estos atributos forman parte de lo que hace que Dios sea Dios.
Otro atributo de Dios es Su justicia. Si no fuera justo, no sería Dios. Ya que Dios es justo, juzga el pecado. Puesto que es misericordioso y bondadoso, ofrece un camino de salvación y perdón a través de Jesucristo. Pero para aquellos que rechazan a Jesucristo, Dios debe seguir siendo justo (Juan 3:16-18). Esta es la razón de la existencia del infierno.
En general, el infierno es considerado como un lugar donde las personas están alejadas de la presencia de Dios. Segunda de Tesalonicenses 1:9 dice de los que no conocen a Dios ni obedecen el evangelio de Jesús: "sufrirán pena de eterna perdición, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de su poder". Ahora bien, como Dios es omnipresente, ¿no significa que debe estar en el infierno? ¿Cómo podemos entender esto?
Es importante comprender lo que significa la "presencia". Existe el tipo de "presencia" que se refiere a la ubicación espacial - proximidad física. Apocalipsis 14:10 habla de este tipo de presencia cuando habla del juicio de Dios: "él también beberá del vino de la ira de Dios, que ha sido vaciado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles y del Cordero". La palabra griega que se utiliza aquí es enōpion. En el caso de 2 Tesalonicenses 1:9, la palabra griega utilizada es prosopon y se refiere al rostro o a la apariencia externa. Ser removido de la "presencia" de Dios en el infierno tiene más que ver con ser removido de Su favor o ser separado de Él en un sentido relacional. Estar en Su "presencia" en el infierno, o que el juicio se lleve a cabo en Su presencia, tiene más que ver con la proximidad física.
Algunos ejemplos nos ayudarán a entender. Dios estaba presente en el momento de la creación (Génesis 1-2), y en la zarza ardiente hablando con Moisés (Éxodo 3), y cuando "la gloria del Señor llenó el templo" (2 Crónicas 7:1-3), y cuando el Espíritu Santo vino sobre la iglesia primitiva en el día de Pentecostés (Hechos 2:1-13). ¡Qué verdad tan gloriosa! También es cierto, pero con frecuencia es más difícil para nosotros comprender o aceptar que Dios estaba igualmente presente cuando la lluvia inundó la tierra, matando a todos menos a Noé y su familia y los animales que había escogido (Génesis 6); estaba presente cuando hizo llover fuego y azufre destruyendo las ciudades de Sodoma y Gomorra (Génesis 19); y estaba presente cuando las aguas del Mar Rojo se derrumbaron sobre el ejército de Egipto:
"Y el Señor dijo a Moisés: Extiende tu mano sobre el mar, para que las aguas vuelvan sobre los egipcios, sobre sus carros, y sobre su caballería. Entonces Moisés extendió su mano sobre el mar, y cuando amanecía, el mar se volvió en toda su fuerza, y los egipcios al huir se encontraban con el mar; y el Señor derribó a los egipcios en medio del mar. Y volvieron las aguas, y cubrieron los carros y la caballería, y todo el ejército de Faraón que había entrado tras ellos en el mar; no quedó de ellos ni uno. Y los hijos de Israel fueron por en medio del mar, en seco, teniendo las aguas por muro a su derecha y a su izquierda. Así salvó el Señor aquel día a Israel de mano de los egipcios; e Israel vio a los egipcios muertos a la orilla del mar. Y vio Israel aquel grande hecho que el Señor ejecutó contra los egipcios; y el pueblo temió al Señor, y creyeron al Señor y a Moisés su siervo" (Éxodo 14:26-31).