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¿Por qué debemos leer el Antiguo Testamento?
Tenemos que leer el Antiguo Testamento porque "Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra" (2 Timoteo 3:16-17). El Antiguo Testamento es tan importante como el Nuevo para entender quién es Dios, quiénes somos nosotros, cómo podemos relacionarnos con Dios y cómo debemos vivir. Dios revela Su naturaleza y Su propósito a través de Su Palabra, y eso incluye el Antiguo Testamento. La Biblia es la historia de la interacción de Dios con el mundo, y el Antiguo Testamento registra el comienzo de esa historia.
Por supuesto, debemos entender toda la Biblia -el Antiguo y el Nuevo Testamento- en el contexto apropiado. Algunos dirán que los creyentes de hoy sólo necesitamos el Nuevo Testamento porque estamos bajo el nuevo pacto. Sin embargo, para entender el nuevo pacto, debemos conocer lo que sucedió antes. Con frecuencia, el Nuevo Testamento cita y hace referencia al Antiguo Testamento (por ejemplo, Mateo 22:34-40; Hechos 7; 13; 1 Corintios 10:1-12; 1 Pedro 2:4-12). El libro de Hebreos del Nuevo Testamento explica ampliamente cómo el sistema de sacrificios del Antiguo Testamento se cumple en Jesucristo. Hay que leer el Antiguo Testamento para comprender su significado. Hebreos 11 menciona varias personas del Antiguo Testamento que sirven como testigos de la fidelidad de Dios. Una vez más, es conveniente saber quiénes son estas personas y cómo interactuó Dios con ellas. Primera de Corintios 10:11 se refiere a ciertos acontecimientos del Antiguo Testamento diciendo: "Y estas cosas les acontecieron como ejemplo, y están escritas para amonestarnos a nosotros, a quienes han alcanzado los fines de los siglos". Es evidente que el Antiguo Testamento tiene un gran valor para los creyentes de hoy.
En este sentido, puede ser provechoso dar un breve repaso al Antiguo Testamento. El Antiguo Testamento comienza con la creación divina del universo y, más concretamente, con Su obra en relación directa con la humanidad. Primero creó nuestro medio ambiente (Génesis 1:1-25) y luego nos creó a nosotros (Génesis 1:26-27). El ser humano es la única criatura hecha a imagen de Dios. Él dio a la humanidad el dominio sobre la tierra y el encargo de fructificar y multiplicarse (Génesis 1:28). Dios creó a personas que lo reflejarían en el mundo y participarían en Su obra. Este relato explica lo que somos: criaturas dependientes de nuestro Creador, hechas a Su imagen y semejanza y diseñadas para mantener una relación con Él.
Después viene la caída de la humanidad. Adán y Eva -los primeros humanos de los que desciende el resto de la humanidad- desobedecieron a Dios, rompiendo así la relación con Él, entre sí y con el resto de la creación (Génesis 3). Esto explica el estado actual de nuestro mundo (Romanos 5:12; 8:19-25). También vemos sombras de esperanza en la promesa de Dios de un Salvador que ha de venir (Génesis 3:15) y en cómo Dios cubrió la desnudez de Adán y Eva (Génesis 3:21). Vemos la misericordia de Dios al impedir que la pareja comiera del árbol de la vida para que no vivieran para siempre en un estado caído.
También vemos la rápida decadencia de la humanidad y el increíble daño que la humanidad pecadora puede infligirse a sí misma. El hijo mayor de Adán y Eva asesinó a su hermano (Génesis 4). Con el paso de los años, los efectos negativos del pecado se intensificaron hasta el punto de que "vio el Señor que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal" (Génesis 6:5). Dios envió un diluvio para destruir a todos los habitantes de la tierra. No obstante, en Su misericordia y gracia, salvó a un hombre, Noé, y a su familia, con quienes Dios repobló la tierra (Génesis 6-9). Dio a esta familia una bendición similar a la que dio a Adán y Eva, diciéndoles: "Fructificad y multiplicaos, y llenad la tierra" (Génesis 9:1). El plan de Dios para la humanidad no cambió.
Una vez más, vemos la realidad del pecado del ser humano en la familia de Noé y en sus descendientes. La humanidad se unió y dijo: "edifiquémonos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de toda la tierra" (Génesis 11:4). Dios confundió sus idiomas y los dispersó por toda la tierra (Génesis 11:9).
Luego, la Biblia se centra en que Dios apartó a una familia específica de la que nacería el Salvador del mundo. Este pueblo también demostraría a Dios y Su santidad al mundo. Dios llamó a un hombre llamado Abram (posteriormente Abraham), "Vete de tu tierra y de tu parentela, y de la casa de tu padre, a la tierra que te mostraré. Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra" (Génesis 12:1-3). De Abraham nació Isaac, que tuvo un hijo llamado Jacob, el cual tuvo doce hijos que se convirtieron en las doce tribus de Israel. Desde entonces, el Antiguo Testamento se centra sobre todo en la relación de Dios con Israel.
La familia de Jacob encontró refugio en Egipto durante una hambruna (Génesis 37-50). Luego pasaron cuatrocientos años en Egipto, siendo esclavizados de formas cada vez más crueles (Éxodo 1-2). Finalmente, Dios rescató al pueblo de Israel de Egipto por medio de un hombre llamado Moisés (Éxodo 3-18). Dios hizo del pueblo una nación, dándoles leyes para que dirigiesen su adoración a Él y sus relaciones mutuas (Éxodo; Levítico; Deuteronomio). Hizo un pacto con ellos para ser su Dios y tenerlos como Su pueblo. Si obedecían Sus caminos, serían bendecidos. Si desobedecían, serían maldecidos (Deuteronomio 28).
El pueblo fracasó en muchos aspectos, pero conquistó la mayor parte de la tierra que Dios le había prometido (Josué). Luego pasaron por varios períodos de seguir a Dios y rechazarlo. Clamaban pidiendo rescate cuando sus enemigos los vencían y Dios les enviaba un líder (llamado Juez) que los rescataba (Jueces). Con el tiempo, el pueblo pidió un rey para no ser como todas las naciones de los alrededores (1 Samuel 8). Dios les dio a Saúl. Sin embargo, Saúl no siguió a Dios, y Dios le quitó el reinado (1 Samuel 15). David se convirtió en rey y gobernó sobre las doce tribus. Dios hizo un pacto con David respecto a su reino, que señalaba la venida del Salvador prometido por Dios (2 Samuel 7). David pecó muchas veces, pero siempre volvió a Dios. Hechos 13:22 habla de Dios declarando: "He hallado a David hijo de Isaí, varón conforme a mi corazón, quien hará todo lo que yo quiero". El hijo de David, Salomón, llegó a ser rey y gobernó bien. Mas su corazón se apartó del Señor por sus muchas esposas y sus dioses paganos (1 Reyes 11). El hijo de Salomón actuó insensatamente y el reino se dividió. Un linaje de reyes sin parentesco gobernó diez tribus, mientras que dos tribus fueron gobernadas por un linaje continuado de descendientes de Salomón. Con el tiempo, ambos reinos fueron invadidos por naciones extranjeras.
Aun así, Dios permaneció fiel. El libro de Daniel del Antiguo Testamento se desarrolla durante lo que se conoce como el exilio babilónico. Los libros del Antiguo Testamento de Esdras y Nehemías hablan de que a los judíos se les permitió regresar a Jerusalén y reconstruir el templo bajo el gobierno del rey persa Ciro. No obstante, el pueblo no recuperó el autogobierno. Transcurrieron unos cuatrocientos años entre el final del Antiguo Testamento y el comienzo del Nuevo Testamento. En la época del Nuevo Testamento gobernaban los romanos.
Mientras gobernaban los reyes israelitas, los profetas les advertían sobre su idolatría y predecían el juicio venidero de Dios. Los profetas también predijeron la culminación de la obra de Dios en la historia. Primero, la venida del Mesías (el Ungido, que es el Salvador del mundo) (Isaías 7:14, 9:6; Isaías 53:3-7; Miqueas 5:2; Zacarías 9:9; Salmo 22:16-18), y luego el fin de los tiempos (Daniel 7-12).
El Antiguo Testamento nos permite comprender quién es Dios, Sus planes para la creación y la forma en que obra la redención y la restauración. Nos ofrece el contexto del nacimiento, ministerio, crucifixión y resurrección de Jesús. Es el Antiguo Testamento el que demuestra la santidad de Dios, la incapacidad de la humanidad para tener una relación correcta con Dios aparte de Su obra y, por tanto, la imperiosa necesidad que tiene la humanidad de un Salvador. El Antiguo Testamento nos muestra la paciencia de Dios y desarrolla la esperanza y la anticipación de que Dios tomará forma humana, entrará en Su creación y nos ofrecerá redención y restauración. El Antiguo Testamento muestra el carácter de Dios que interactúa con su pueblo durante siglos. Es bondadoso, celoso, perdonador, amoroso y santo. El Antiguo Testamento muestra Su paciencia, Su plan y Su carácter. Presenta una asombrosa ilustración de la infidelidad del hombre durante cuatro mil años y, de este modo, establece el contexto para la maravillosa realidad de Jesucristo.
El Dios del Antiguo Testamento es el mismo Dios del Nuevo Testamento. Es santo y amoroso, y ha abierto un camino para que la humanidad vuelva a Él (Juan 3:16-18, 36; Hechos 4:12; Efesios 1:3-14; 2:1-10; 2 Pedro 3:9). Él está presente en el Antiguo Testamento tanto como en el Nuevo Testamento, y por eso el Antiguo Testamento sigue siendo de crucial importancia para Sus seguidores.
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