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¿Es una falta de amor decirle a otra persona que está pecando?

La cultura moderna nos dice que si no estamos de acuerdo con una persona es como si la juzgáramos o condenáramos injustamente. Nos han enseñado a ser "tolerantes", es decir, que debemos aceptar y aprobar lo que hace la gente. Las personas tienen "verdades" diferentes y lo que es correcto para unos puede no serlo para otros, o al menos eso es lo que nos dicen. Evidentemente, si no estamos de acuerdo o pensamos que algo que otra persona está haciendo está mal, no la amamos; y decir nuestra opinión sería sin duda una falta de amor. Pero, ¿será eso realmente amor? Si sabemos que una persona está a punto de caminar por la orilla de un precipicio, y sin embargo parece feliz de estar caminando donde está, ¿es un acto de amor permitirle que continúe con su conducta? Confrontar el pecado en otra persona es difícil, y desafortunadamente con frecuencia se hace de una manera muy poco amorosa. Sin embargo, ignorar el pecado para nada es amoroso.

El pecado separa a las personas de Dios. Romanos 6:23 dice que "la paga del pecado es muerte". Sin Cristo, estamos condenados a una eternidad separados de Dios en el infierno. Pero, "de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna. Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él" (Juan 3:16-17). Incluso para los que ya conocen a Cristo -cuyos pecados han sido perdonados y cuya eternidad está asegurada- el pecado sigue separándonos de Dios. Primera de Juan 1:8-9 dice: "Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros. Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad". El pecado provoca un distanciamiento relacional entre nosotros y la fuente de la verdadera vida. Decirle a alguien que está pecando es un acto de amor para ayudarlo a regresar a Dios. Dicho esto, existen ciertamente formas amorosas y no amorosas de hacerlo.

En el caso de un incrédulo, el problema no es un pecado específico, sino no tener una relación con Dios a través de Jesús. Dios no quiere que los incrédulos "limpien sus acciones". Él quiere darles una nueva vida a través de Cristo. Todas las personas necesitan reconocer que somos pecadores (Romanos 3:23), que el pecado trae muerte (Romanos 6:23), y que el único medio de perdón y vida es a través de Jesús (Efesios 2:8-9). Confrontar el pecado en los no creyentes es realmente compartir el mensaje del evangelio. No debemos preocuparnos por pecados específicos, sino por el mensaje general de pasar de la muerte a la vida. Pablo les dijo a los corintios: "Os he escrito por carta, que no os juntéis con los fornicarios; no absolutamente con los fornicarios de este mundo, o con los avaros, o con los ladrones, o con los idólatras; pues en tal caso os sería necesario salir del mundo. Más bien os escribí que no os juntéis con ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón; con el tal ni aun comáis. Porque ¿qué razón tendría yo para juzgar a los que están fuera? ¿No juzgáis vosotros a los que están dentro? Porque a los que están fuera, Dios juzgará" (1 Corintios 5:9-13). Nuestro objetivo no es modificar el comportamiento de los no creyentes. En cambio, sí lo es compartir la buena noticia del perdón y la vida en Jesús.

Confrontar el pecado en los creyentes es un poco diferente. El objetivo es el mismo: ayudar a la gente a experimentar la vida en Cristo. Ahora bien, en este caso sí sacamos a relucir un pecado específico. Santiago 5:19-20 dice: "Hermanos, si alguno de entre vosotros se ha extraviado de la verdad, y alguno le hace volver, sepa que el que haga volver al pecador del error de su camino, salvará de muerte un alma, y cubrirá multitud de pecados". En Gálatas 6:1 se dice: "Hermanos, si alguno fuere sorprendido en alguna falta, vosotros que sois espirituales, restauradle con espíritu de mansedumbre, considerándote a ti mismo, no sea que tú también seas tentado". Expresamos nuestras preocupaciones a nuestros hermanos cristianos para que puedan experimentar la plenitud de la vida que Dios tiene para ellos. El escritor de Hebreos dijo: "antes exhortaos los unos a los otros cada día, entre tanto que se dice: Hoy; para que ninguno de vosotros se endurezca por el engaño del pecado" (Hebreos 3:13). Santiago 5:16 dice: "Confesaos vuestras ofensas unos a otros, y orad unos por otros, para que seáis sanados". Decirle a otro creyente sobre el pecado en su vida no debe ser por orgullo; no debe hacerse en un esfuerzo por controlarlo o humillarlo. Más bien, hay que hacerlo con un corazón de amor, un corazón que desea ayudar, un corazón que también está abierto a la corrección. Los creyentes deben ayudarse mutuamente para vivir la vida cristiana. Jesús nos ha llamado a obedecerle. Cuando lo hacemos, damos gloria a Dios y llevamos fruto duradero. Es por medio de la obediencia que permanecemos en Cristo y podemos experimentar plenamente Su amor y gozo (Juan 15:1-17). Cuando ayudamos a otros creyentes que están en pecado -y permanecemos abiertos a que otros nos ayuden cuando estamos en pecado- nos ayudamos mutuamente a vivir la vida que Dios quiere para nosotros.

Al confrontar el pecado en la vida de otro creyente, es importante reconocer que no necesitamos mencionar cada pecado. Primera de Pedro 4:8 dice: "Y ante todo, tened entre vosotros ferviente amor; porque el amor cubrirá multitud de pecados". Primera de Corintios 13:4-7 dice: "El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, mas se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta". Ni siquiera Jesús señaló todos los pecados de la gente. Más bien, vino "lleno de gracia y de verdad" (Juan 1:14). No evitaba enfrentarse al pecado, aunque siempre lo hacía con amor y señalando el perdón y la gracia de Dios. No somos la policía del pecado. Nuestro trabajo no es condenar a los demás por lo que hacen. Nuestro trabajo es cuidar a los demás lo suficiente como para mostrarles los puntos ciegos y caminar juntos en el proceso de restauración. También debemos considerarnos "unos a otros para estimularnos al amor y a las buenas obras; no dejando de congregarnos, como algunos tienen por costumbre, sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día se acerca" (Hebreos 10:24-25). En el amor, no nos limitamos a señalar el pecado, sino que nos animamos unos a otros para vivir rectamente.

No es una falta de amor decirles a otros que están pecando. En realidad, ayudar a restaurar a otros a una relación correcta con Dios es una de las cosas más amorosas que podemos hacer.

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