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¿Qué es un lavatorio en la Biblia?

Un lavatorio es un recipiente que se usa para la limpieza ceremonial. En hebreo es un kiyowr, que significa algo redondo que tiene un hueco, similar a un caldero para las brasas, una olla para cocinar o un recipiente para la limpieza. La Biblia utiliza este último significado como un recipiente para lavarse que se utilizaba en el tabernáculo y luego en el templo.

En Éxodo 30:18-28, en el monte Horeb, cuando Dios le estaba dando a Moisés los planos para la construcción del tabernáculo, le ordenó que mandara hacer un lavatorio, o lavamanos, para que los sacerdotes lo usaran antes de acercarse al altar. Tenía que estar hecho de bronce y luego ungirlo para consagrarlo como un mobiliario sagrado para el tabernáculo. Dios declaró que había dado una habilidad especial a Bezaleel, Aholiab y los artesanos para hacer estos instrumentos para la adoración (Éxodo 31:1-11; 35:10-19).

Cuando se cumplieron estos mandatos, las mujeres israelitas donaron sus espejos de bronce pulido para crear la fuente de bronce que Dios pedía (Éxodo 38:8). Los artesanos llevaron la fuente, junto con todos los demás muebles del tabernáculo, a Moisés para que los inspeccionara. "Y vio Moisés toda la obra, y he aquí que la habían hecho como EL SEÑOR había mandado; y los bendijo" (Éxodo 39:43). Al ver que todo el trabajo se había completado, Moisés erigió el tabernáculo. "Y puso la fuente entre el tabernáculo de reunión y el altar, y puso en ella agua para lavar. Y Moisés y Aarón y sus hijos lavaban en ella sus manos y sus pies. Cuando entraban en el tabernáculo de reunión, y cuando se acercaban al altar, se lavaban, como EL SEÑOR había mandado a Moisés" (Éxodo 40:30-32). Levítico 8:11 menciona que el lavatorio fue ungido, de acuerdo a las instrucciones de Dios para consagrarlo para su propósito sagrado. Así pues, el lavatorio se utilizaba en la adoración del tabernáculo.

Cientos de años después, cuando el rey Salomón construyó el templo de Jerusalén, contrató a un hombre llamado Hiram para que fabricara el mobiliario del templo, incluyendo varios lavatorios (1 Reyes 7:13-51; 2 Crónicas 4). Diez de los lavatorios se utilizaban para lavar ciertas partes de los animales que se llevaban para el sacrificio (Levítico 1:9; 2 Crónicas 4:6). Había cinco lavatorios en el lado norte y cinco en el lado sur del templo (1 Reyes 7:38-39). Hiram también hizo un gran lavatorio, llamado "mar", en el que se lavaban los sacerdotes (2 Crónicas 4:2-6).

Más tarde, el malvado rey Acaz sacó la plata y el oro del templo, junto con los tesoros de su propia casa, y los envió al rey asirio Tiglat-pileser que era su súbdito (2 Reyes 16:7-18). También hizo construir un nuevo altar para el rey asirio y trasladó el altar original del templo. Acaz "cortó...los tableros de las basas, y les quitó las fuentes; y quitó también el mar de sobre los bueyes de bronce que estaban debajo de él, y lo puso sobre el suelo de piedra" (2 Reyes 16:17). Por supuesto, años más tarde, los babilonios conquistaron Jerusalén y destruyeron por completo el templo, como se registra en 2 Reyes 25:8-21. El templo fue reconstruido en la época de Esdras, pero de nuevo fue destruido por los romanos en el año 70. Por tanto, parece que todos los lavatorios de bronce que se utilizaron para el lavado ceremonial en el templo fueron saqueados o destruidos.

De hecho, no es una limpieza ceremonial lo que la gente necesita, sino una limpieza de nuestros corazones. David oró en el Salmo 51:2 diciendo: "Lávame más y más de mi maldad, y límpiame de mi pecado". En Jeremías 33:8 Dios prometió a Su pueblo: "Y los limpiaré de toda su maldad con que pecaron contra mí; y perdonaré todos sus pecados con que contra mí pecaron, y con que contra mí se rebelaron". En 1 Juan 1:9, Juan les recordó a sus lectores que la promesa era para todas las personas que confesaran y creyeran. Escribió: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad". En vez de buscar una ceremonia exterior de purificación en un lavatorio, Dios desea que busquemos Su perdón, el cual es posible por medio de Jesucristo, y la obra de purificación interna del Espíritu Santo. El primer paso es confiar en Jesucristo.

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