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¿Qué se menciona en el Nuevo Testamento sobre 'la Ley y los Profetas'?
Hacia el año 300 a.C. el judaísmo reconocía ciertos escritos como escritura sagrada. Todos estos escritos estaban contenidos en pergaminos porque la tecnología para encuadernar las páginas en un libro (llamado códice) aún no existía. Esta colección de pergaminos se clasificaba en tres grupos: la Torá (también llamada la Ley de Moisés), los Profetas y los Escritos (a veces llamados simplemente "los Salmos", aunque contenían otros diez pergaminos además del libro de los Salmos). Estas escrituras sagradas constituyen el Antiguo Testamento actual. Otro nombre para el Antiguo Testamento es Escrituras Hebreas, porque la mayoría de estas escrituras fueron escritas originalmente en hebreo, con algunas partes en arameo.
En la época de Jesús, a estas Escrituras hebreas generalmente se las denominaba con la frase abreviada "la Ley y los Profetas." La tercera categoría de los Escritos se agrupaba bajo el epígrafe "los Profetas" porque, en aquella época, cualquiera que escribiera las Escrituras era considerado un profeta, literalmente alguien que hablaba la palabra de Dios.
Así que cuando Jesús se refirió a la Ley y los Profetas en Mateo 7:12 y Mateo 22:40, se estaba refiriendo a toda la colección de Escrituras hebreas y destacando un principio general a través de todo el texto bíblico de Su tiempo. Del mismo modo, Pablo, en Romanos 3:21, también estaba haciendo referencia a todo el Antiguo Testamento y mostrando cómo esas escrituras apuntan a Jesús. Pablo escribió: "Pero ahora, aparte de la ley, se ha manifestado la justicia de Dios, testificada por la ley y por los profetas; la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él" (Romanos 3:21-22).
En Hechos 13:15, Lucas documentó la práctica de las sinagogas durante su época. Leían una porción de la Torá y luego una porción llamada haftará de los Profetas o de los Escritos y luego tenían un drash, o enseñanza, que exponía esos textos. Las normas de hospitalidad establecían que, si había un invitado capacitado para enseñar, se le daría la oportunidad después de la lectura. Así, en Hechos 13:15, Lucas escribió: "Y después de la lectura de la ley y de los profetas, los principales de la sinagoga mandaron a decirles: Varones hermanos, si tenéis alguna palabra de exhortación para el pueblo, hablad".
Cuando Felipe invitó a su amigo Natanael a seguir a Jesús, éste afirmó que Jesús era el Mesías que profetizaban los textos hebreos. Dijo: "Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret" (Juan 1:45). De hecho, todo el Antiguo Testamento apunta a Jesucristo y se cumple en Él. Después de Su resurrección, el propio Jesús explicó a Sus discípulos: "Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos" (Lucas 24:44). Jesús conocía y afirmaba los tres grupos de Escrituras hebreas -la Ley, los Profetas y los Escritos- al mencionar "la Ley de Moisés y los Profetas y los Salmos". Dijo que todas ellas encontraban en Él el fin al que apuntaban.
Cuando leemos el Antiguo Testamento, debemos buscar las formas en que éste apunta a Jesús. Del mismo modo, el Nuevo Testamento nos remite a Jesús y a la manera en que Su obra en la cruz y Su resurrección afectan a nuestra vida actual. Toda la Biblia es una historia coherente de cómo Dios proporciona la salvación a los seres humanos caídos a través de Su Hijo, Jesús el Mesías. La Ley y los Profetas son parte integrante de esa historia y se conservan como libros del Antiguo Testamento en nuestras Biblias actuales.
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