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¿Qué significa 'fortaleceos en el Señor' según Efesios 6:10?
Efesios 6:10 dice: "Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza". Como cristianos, es común escuchar decir que debemos ser fuertes en el Señor o encontrar nuestra fortaleza en Él. Pero, ¿qué significa ser fortalecidos en el Señor? ¿Y cómo nos fortalecemos en el Señor?
Efesios 6:10-20 habla de la armadura de Dios. El versículo 12 nos recuerda la realidad de la guerra espiritual que nos rodea. El mandato de "fortaleceos en el Señor" tiene que ver con vivir una vida espiritualmente victoriosa. Esto tiene que ver con mantenerse firme en la fe, perseverar en la confianza en Dios, dar muerte al pecado en nuestras vidas y resistir a nuestro enemigo Satanás (1 Corintios 16:13; Hebreos 3:12-14; 1 Pedro 5:6-9).
La palabra griega traducida como "fortaleceos en el Señor" en Efesios 6:10 está en voz verbal pasiva. Se puede entender mejor como "se fortalecido". No nos hacemos fuertes a nosotros mismos, sino que somos fortalecidos o empoderados en el Señor. Ser fuerte en el Señor implica que nos apoyemos en Él para recibir fortaleza y no para hacerlo nosotros mismos.
Observa que esta fortaleza es algo que viene cuando estamos "en el Señor". Es sólo cuando estamos en unión con Cristo que podemos ser fortalecidos por Él. La primera parte de estar "en el Señor" es tener la salvación por la gracia de Dios a través de Jesucristo (Efesios 2:1-10). Cuando confiamos en Él para la salvación, llegamos a ser parte de Su familia: estamos "en Cristo" (Juan 1:12; Romanos 6:23; 8:1-11; 12:5; Gálatas 3:26-29). Jesús dijo a Sus discípulos que debían permanecer en Él como los pámpanos permanecen en la vid (Juan 15:1-11). Sólo en Él podemos dar fruto. Él nos da el Espíritu Santo que nos guía, nos fortalece y nos transforma (Juan 14:15-17; Efesios 1:13-14; Filipenses 2:12-13).
En Efesios 1:3-14, Pablo explica algunas de las ventajas de estar en Cristo. Somos bendecidos con "toda bendición espiritual en los lugares celestiales" (v. 3), elegidos "para que fuésemos santos y sin mancha" (v. 4), adoptados (v. 5), redimidos (v. 7) y perdonados (v. 7). Esta gracia de Dios se describe como rica y "sobreabunda en toda sabiduría e inteligencia" (v. 8). Tenemos una herencia (v. 11) y hemos recibido el Espíritu Santo como garantía de la misma (v. 13-14).
Pablo dice a sus lectores que ora por ellos, "para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, os dé espíritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de él, alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia en los santos, y cuál la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos, según la operación del poder de su fuerza, la cual operó en Cristo, resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no solo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo" (Efesios 1:17-23). Fíjate en cómo Pablo describe "la supereminente grandeza de su poder para con nosotros los que creemos" (v. 19); es este mismo poder por el que Jesús resucitó de entre los muertos. Ciertamente, Dios tiene suficiente fortaleza para nosotros.
Aunque parece sencillo confiar en la fortaleza de alguien más, y sabemos que Dios es perfectamente capaz de fortalecernos, vivirlo en la práctica puede ser un poco difícil. ¿Alguna vez te has roto un hueso? Tal vez te rompiste la pierna y tuviste que usar muletas. Lo más probable es que hayas tenido que contar con la ayuda de otra persona para que te llevara a algún sitio, o para que te ayudara con las compras, etc. Si bien era bueno tener a esa persona como tu punto fuerte, la diferencia era que tú mismo eras débil. Cuando Dios es tu fortaleza, confías en Él para que sea tu única fortaleza. Él siempre será más fuerte que nosotros, pero nosotros, como humanos, tendemos a aferrarnos tercamente a nuestra propia fuerza y a querer ser totalmente autosuficientes. Incluso como cristianos a veces podemos confiar equivocadamente en nuestros propios méritos para ser fuertes en vez de dejarnos fortalecer en el Señor.
Pablo nos recuerda lo que Dios le dijo cuando estaba molesto por su propia debilidad humana: "Y me ha dicho: Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, de buena gana me gloriaré más bien en mis debilidades, para que repose sobre mí el poder de Cristo. Por lo cual, por amor a Cristo me gozo en las debilidades, en afrentas, en necesidades, en persecuciones, en angustias; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Corintios 12:9-10). En la debilidad personal de Pablo, él terminó encontrando su fortaleza, poder y satisfacción en Dios. Con la fortaleza de Dios, podemos hacer todo lo que Él nos llama a hacer (Filipenses 4:12-13; 2 Pedro 1:3).
Al continuar leyendo en Efesios 6:10-18, vemos algunas maneras en la que podemos ser fortalecidos en el Señor:
"Por lo demás, hermanos míos, fortaleceos en el Señor, y en el poder de su fuerza. Vestíos de toda la armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las asechanzas del diablo. Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes. Por tanto, tomad toda la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y habiendo acabado todo, estar firmes. Estad, pues, firmes, ceñidos vuestros lomos con la verdad, y vestidos con la coraza de justicia, y calzados los pies con el apresto del evangelio de la paz. Sobre todo, tomad el escudo de la fe, con que podáis apagar todos los dardos de fuego del maligno. Y tomad el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios; orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica por todos los santos".
La armadura de Dios nos hace fuertes en Él: la verdad, la justicia, la disposición a proclamar el evangelio de la paz, la fe, la salvación, la Palabra de Dios y la oración en el Espíritu. Cuando nos ponemos la armadura de Dios, comenzamos a caminar en el poder de Su fuerza, y no en la nuestra. Somos fortalecidos por Él, nos hacemos fuertes en el Señor. Con Dios como nuestra fortaleza, no vacilaremos, y seremos capaces de perseverar para vivir para Él a través de los triunfos y las dificultades que enfrentemos (ver Salmo 18:29-36).
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