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¿Cuál es la definición bíblica de éxito?
El mundo define el éxito principalmente midiendo la cantidad de riqueza, poder y popularidad que una persona obtiene en este mundo. Las definiciones mundanas de éxito son engañosas y trágicas porque se enfocan en lo que es fugaz y pasajero e ignoran lo que es duradero y eterno (Hebreos 11:25; Santiago 4:14; Salmo 102: 3; Job 7: 7). Las definiciones mundanas de éxito son notoriamente miopes y, si se siguen, terminan en la miseria (Mateo 16:26; Lucas 12:20; 16:25). Por el contrario, la Biblia define el éxito en términos de lo que es espiritual y duradero y termina en vida eterna y gozo (Mateo 6: 19-20; Juan 3:16; 15:11). A diferencia del éxito mundano el cual se centra en la promoción y gratificación de nosotros mismos, el éxito bíblico se centra en la obediencia y la glorificación de Dios (Romanos 13:14; Gálatas 5:16; 1 Corintios 10:31).
El éxito es la obediencia a Dios, empoderado por el Espíritu de Dios, motivado por el amor a Dios y dirigido hacia el avance del reino de Dios. El éxito comienza con la obediencia al mandato de Dios de arrepentirse y creer en Jesucristo (Marcos 1:15; Hechos 19: 4; 20:21). Cuando una persona recibe a Jesucristo, también recibe el Espíritu Santo (Efesios 1: 13-14; 4:30; Romanos 8: 9; 2 Timoteo 1:14). El Espíritu empodera y capacita a los creyentes para obedecer las enseñanzas y mandamientos de Cristo (Hechos 1: 8; Lucas 24:49; 1 Tesalonicenses 1: 5). Esta obediencia está motivada por nuestro amor recientemente implantado por Dios (Romanos 5: 5; Gálatas 4: 6). Mientras que antes de conocer a Cristo estábamos alejados de Dios y sin esperanza en el mundo (Efesios 2:12), después de recibir a Cristo, nos reconciliamos con Dios y deseamos amarlo con todo nuestro corazón, mente, alma y fuerzas (Marcos 12: 28-30). Nuestros viejos y duros corazones de piedra son removidos y reemplazados por corazones sensible para con Dios (Ezequiel 11: 19-20). Somos hechos nuevas creaciones en Cristo (2 Corintios 5:17). El verdadero éxito se trata de creer, amar y obedecer a Dios. Se centra en lo que es eterno en lugar de en lo que es temporal. Está siendo transformado por la obra de Dios en nuestras vidas, mentes y corazones (2 Corintios 3:18; Romanos 12: 2).
A medida que somos transformados, también somos llamados a compartir las buenas nuevas de Cristo con otros. Somos luz y sal para el mundo (Mateo 5: 13–16) y aroma de Cristo (2 Corintios 2: 14–17). Habiendo sido reconciliados con Dios, se nos ha confiado el ministerio de la reconciliación: compartir la verdad de la salvación y la vida en Él con otros (2 Corintios 5: 18-21). Al vivir una vida semejante a la de Cristo, difundir las buenas nuevas del evangelio y hacer discípulos, participamos con Dios en el avance de Su reino (Mateo 28: 29–30).
Cabe señalar que Dios se deleita en dar buenos regalos a sus hijos, incluso cosas materiales. Jesús habló de no estar ansioso por las necesidades físicas en Mateo 6. Dijo: "Busquen primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas." (Mateo 6:33). No hay nada de malo en tener riquezas mundanas; el error se produce cuando comenzamos valorar las cosas mundanas por encima de Dios, cuando adoramos el don en lugar del Dador. 1 Timoteo 6: 10-12 dice: "Porque el amor al dinero es la raíz de toda clase de males. Por codiciarlo, algunos se han desviado de la fe y se han causado muchísimos sinsabores. Tú, en cambio, hombre de Dios, huye de todo eso, y esmérate en seguir la justicia, la piedad, la fe, el amor, la constancia y la humildad. Pelea la buena batalla de la fe; haz tuya la vida eterna, a la que fuiste llamado y por la cual hiciste aquella admirable declaración de fe delante de muchos testigos." No es el dinero o el estatus lo que importa, sino el amor por esas cosas. Enfocar nuestro corazón en Dios y permitirle que haga su obra transformadora en nosotros es lo que cuenta para el verdadero éxito bíblico.
Cualquier grado de victoria o éxito que logremos es atribuible a la gracia de Dios obrando en nosotros para nuestro bien y Su gloria (Efesios 2: 8; 1 Corintios 15:10; Romanos 8:28; 16:27); no es de nosotros mismos. La humildad y la voluntad de servir a Dios y a los demás es quizás el atributo más importante en el reino de Dios y el que más probablemente terminará en un verdadero éxito bíblico (Marcos 9:35; Filipenses 2: 4–11).
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