¿Acaso la Biblia habla de perdonarse a sí mismo?
La Biblia no nos ordena que nos perdonemos a nosotros mismos. Más bien, se nos dice que busquemos el perdón de Dios. 1ª Juan 1:9 enseña: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad". El Salmo 25:18 dice: "Mira mi aflicción y mi trabajo, y perdona todos mis pecados". El perdón de Dios es realmente todo lo que necesitamos; cuando Él nos perdona, podemos perdonarnos a nosotros mismos. Jeremías 31:34 dice que Dios no se acuerda más del pecado; cuando perdona, decide no traer nuestro pecado a colación ni a Él ni a nadie más. Cuando las personas tratan de perdonarse a sí mismas, generalmente se trata de una lucha con sentimientos permanentes de culpa o de vergüenza. Nos sentimos avergonzados por nuestra conducta anterior, o tal vez enojados con nosotros mismos por comportarnos de una manera que ha provocado unas graves consecuencias. Sin embargo, en Cristo, sabemos que todo nuestro pecado está perdonado. Hemos sido redimidos e incluso Dios puede utilizar las consecuencias negativas de nuestro pecado para Su gloria. Más que hundirnos en la vergüenza y la culpa, podemos regocijarnos en el perdón que es nuestro en Cristo. David se regocijó: "Bienaventurado aquel cuya transgresión ha sido perdonada, y cubierto su pecado" (Salmo 32:1). En el Salmo 103:2-3 declaró: "Bendice, alma mía, al Señor, y no olvides ninguno de sus beneficios. Él es quien perdona todas tus iniquidades".
En ves de atormentarnos por los pecados pasados, todo recuerdo de los mismos debería llevarnos a reconocer el gran perdón de Dios. Pablo escribió: "Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero" (1 Timoteo 1:15). Al parecer, es un signo de madurez cristiana reconocer lo malos que fueron nuestros pecados y, al mismo tiempo, alegrarse por el gran perdón que hemos recibido de parte de Dios. El perdón de Dios se convierte en un testimonio de alabanza, más que en una historia de nuestra culpa.
Cuando recordamos nuestros propios pecados y que hemos recibido el perdón de Dios, también resulta más fácil perdonar a los demás. En el Padre Nuestro, Jesús enseñó a Sus discípulos a orar: "Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores" (Mateo 6:12). Cuando Pedro le preguntó a Jesús cuántas veces debía perdonar a otra persona, Jesús respondió: "No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete" (Mateo 18:22). El énfasis no estaba en el número de veces que había que perdonar, sino en perdonar repetidamente a los que pecan contra nosotros.
Entonces, ¿cómo hacer para perdonarnos a nosotros mismos de los pecados pasados? Acepta el perdón de Dios. Recuérdate a ti mismo los versículos que hablan de Su fidelidad y la verdad de Su perdón. Recuérdate a ti mismo que Él no tiene en cuenta tu pecado (Salmo 103:12; Romanos 5:8-11; Romanos 7-8) y que has sido hecho nuevo en Cristo (2 Corintios 5:17-21). Acepta la verdad del perdón de Dios y sigue adelante con un nuevo comienzo. Filipenses 3:13-15 enseña: "Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Así que, todos los que somos perfectos, esto mismo sintamos". Filipenses 4:8 dice: "Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad". Concéntrate en Cristo, no en los pecados por los que ya has sido perdonado.
Cuando el apóstol Pablo habló de su vida antes de la fe en Cristo, lo hizo como una forma de mostrar cómo Dios lo había cambiado de un gran pecador a una persona con un corazón transformado. Nuestro objetivo debe ser el mismo. Cuando miramos nuestro pasado, debemos contrastarlo con el perdón que Dios nos ha concedido y centrarnos en la nueva vida que tenemos en Cristo. Este enfoque nos ayudará a seguir creciendo y nos permitirá impactar a otros a quienes debemos perdonar y ayudar a crecer en Cristo.
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