¿Acaso Jesús vino a traer la paz a la tierra?
El profeta Isaías profetizó el nacimiento de Jesús cientos de años antes de que sucediera. Además de otros nombres, Isaías lo llama Príncipe de la Paz: "se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios Fuerte, Padre Eterno, Príncipe de Paz" (Isaías 9:6). La noche en que nació Jesús, los ángeles se aparecieron a los pastores en los campos y proclamaron: "¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!". (Lucas 2:14). La llegada de Jesús, el Príncipe de la Paz, trajo la paz al mundo, pero ¿qué clase de paz vino a traer Jesús? En nuestro mundo moderno, es muy común oír decir que Jesús vino a traer la paz a la tierra, refiriéndose a la paz mundial, o a la paz en las familias y en las comunidades. La verdad es que aún vivimos en un mundo caído, gobernado por el pecado, y así será hasta que Jesús regrese para establecer un reino celestial aquí en la tierra (Miqueas 4:1-5; Isaías 2:4). Si la gente no se da cuenta de esto, puede ser motivo de duda. Incluso pueden afirmar que Jesús no es Dios porque, dicen, si lo fuera, no habría más guerras ni conflictos, etc. Esto es un error.
En realidad, el proceso de estar en paz con Dios significa que a veces estaremos en conflicto con otros. Jesús advirtió a Sus discípulos sobre esto en Mateo 10:34-36: "No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa". Jesús estaba advirtiendo a los discípulos del coste de seguirle y de la persecución a la que se enfrentarían (ver también Juan 15:17-20; 16:33). Jesús vino a traer la paz a la tierra, pero equipararla a la paz mundial o a la ausencia de conflictos interpersonales no es del todo correcto.
La paz fundamental que Jesús vino a traer es la paz entre los hombres y Dios. Antes de Cristo, éramos enemigos de Dios, atrapados en nuestros propios pecados. Cuando aún éramos pecadores, Jesús se sacrificó por nuestra reconciliación con Dios (Romanos 5:10). Cuando ponemos nuestra fe en Jesús como Señor, quedamos reconciliados con Dios: "Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo" (Romanos 5:1). Jesús vino a traernos la paz, la paz eterna.
Cuando nos sometemos al señorío del Príncipe de Paz, la paz eterna que trae Jesús estará presente en nosotros mediante la presencia del Espíritu Santo que Él envía a todos los que ponen su fe en Él. Pablo nos instruye como creyentes a dejar que "la paz de Dios gobierne en vuestros corazones" (Colosenses 3:15). Cuando nos sometemos a Jesús como Señor y permitimos que el Espíritu Santo gobierne en nuestros corazones, entonces estamos verdaderamente en paz: "Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús" (Filipenses 4:6-7; ver también Juan 14:27).
La paz de Dios no sólo nos permite descansar en nuestro interior, sino que también nos capacita para caminar en el amor y estar en paz con los demás. Llegamos a ser más tolerantes, más generosos y más compasivos en nuestras relaciones. También somos más conscientes de nuestros propios errores y nos arrepentimos y pedimos perdón con mayor rapidez. De hecho, esforzarnos por la paz interpersonal es una marca de un verdadero creyente: "Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres" (Romanos 12:18).
Podemos tener paz en nuestros corazones y vivir en paz con los demás porque hemos sido reconciliados con Dios por medio de Jesús y somos empoderados por el Espíritu Santo. Nos enfrentaremos a persecuciones y dificultades, pero la paz de Dios puede prevalecer en medio de ellas. Un día, cuando Jesús regrese y establezca Su reino en la tierra, habrá verdadera paz mundial.
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