¿El amor a Dios es una emoción, un sentimiento o una decisión?
Según Jesús, amar a Dios es el mandamiento más importante: "Jesús le respondió: El primer mandamiento de todos es: Oye, Israel; el Señor nuestro Dios, el Señor uno es. Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas" (Marcos 12:29-30; ver también Lucas 10:25-28; Mateo 22:34-40). Dios ordenó a los israelitas que lo amaran y sirvieran sólo a Él (Deuteronomio 6:5; 11:1; Josué 23:11). El hecho de que se nos ordene amar a Dios indica que no puede basarse exclusivamente en las emociones o los sentimientos; la decisión de amarlo está en nuestras manos. Las emociones y los sentimientos pueden experimentarse junto con nuestro amor a Dios, pero no son el fundamento de nuestro amor a Dios. Aprendemos a amar a Dios viendo y experimentando cómo Él nos amó primero: "Nosotros le amamos a él, porque él nos amó primero" (1 Juan 4:19). La palabra griega para describir el amor de Dios es ágape y significa "benevolencia, deleite, preferencia o buena voluntad" (Sofonías 3:17; Juan 3:16). Aunque Dios tiene sentimientos y emociones, Su amor por nosotros no se basa en nuestra actitud: "Mas Dios muestra su amor para con nosotros, en que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros" (Romanos 5:8). Básicamente, así como nosotros tomamos la decisión de amar a Dios, Él primero tomó la decisión de amarnos incondicionalmente.
Todo lo que tenemos es un regalo de Dios (Efesios 2:8-9). Cuando aceptamos el regalo de la salvación por medio de Cristo, nos llenamos del Espíritu Santo (Efesios 1:11-14; 1 Corintios 6:19; Lucas 11:13). El fruto del Espíritu se manifestará en nuestras vidas a medida que sigamos caminando con Cristo mediante el poder del Espíritu (Gálatas 5:22-23). Desarrollamos una relación con Dios y somos capaces de amarlo, experimentar Su amor y compartirlo con otros (1 Juan 4:7-8). Podremos apreciar mejor los atributos que lo definen, como la justicia, la verdad, la sabiduría y la paciencia (Salmo 11:7; 90:12; 2 Pedro 3:9).
El amor de Dios es realmente transformador. Él es bondadoso con nosotros: "Me diste asimismo el escudo de tu salvación; tu diestra me sustentó, y tu benignidad me ha engrandecido" (Salmo 18:35). Al conocer Sus atributos y desarrollarlos en nuestra propia vida, nos parecemos más a Él (Proverbios 8:13; Salmo 97:10; Romanos 8:28-29; 2 Corintios 3:18). Aprendemos a adorarlo "en espíritu y en verdad" (Juan 4:24). Todas estas cosas preparan el camino para que experimentemos sentimientos y emociones agradables en relación con nuestro amor a Dios. Al igual que en cualquier relación, las emociones no crean un fundamento sobre el cual el amor puede crecer. Cuando optamos por construir un fundamento de amor basado en la decisión, las emociones y los sentimientos vendrán después.
Sin duda, la decisión de amar a Dios se encontrará con algunos obstáculos. Una vida dedicada a amar a Dios se enfrentará a los caminos del mundo. Debemos seguir tomando la decisión de amar a Dios en lugar de conformarnos al mundo (Mateo 6:24; 1 Juan 2:15). Incluso nuestras propias mentes lucharán contra el Señor, haciéndonos dudar de Él y desafiando nuestra fe, amor y obediencia hacia Él (2 Corintios 10:5). Debemos estar determinados a buscar a Dios por encima de cualquier otra cosa (Mateo 6:33; Jeremías 29:13), sabiendo que conocerlo y amarlo es nuestro mayor tesoro (Filipenses 3:8). Sólo cuando decidimos renunciar voluntariamente a nuestra insistencia de querer aprobar Sus caminos, podemos decidir amarlo de verdad y reconocerlo como el Dios de nuestras vidas.
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