¿Cómo es posible que Jesús sea amigo de los pecadores?

Los fariseos llamaron a Jesús amigo de los pecadores (Mateo 9:11; 11:16-19). Lo decían para atacar Su reputación. Los fariseos, desde su propio sentido de justicia propia y superioridad, se mantenían alejados de los "recaudadores de impuestos y pecadores" (un grupo despreciado), mientras que Jesús conversaba con ellos e incluso cenaba con ellos (Lucas 19:5-7).

Por supuesto, los fariseos también eran pecadores (Romanos 3:23; Mateo 23:27-28), pero no se consideraban a sí mismos como tales (Lucas 18:9-14). Irónicamente, aquel (Jesús) a quien acusaban también de pecador por su relación con los demás, es la única persona sin pecado que ha existido y la única que podría haberles salvado de su pecado (Hebreos 4:14-15; Hechos 4:12). Lo que parecía una acusación calumniosa en realidad contiene verdad en cierto sentido. No es que Jesús sea un pecador (1 Pedro 2:22), ni que Jesús fuera amigo del pecado -Él aborrece y desprecia el pecado-, por el contrario, Jesús es amigo de los pecadores.

El propósito de Jesús al hacerse amigo de los pecadores no era unirse a ellos en su pecado, sino salvarlos de él (1 Timoteo 1:15). Cristo no vino a la tierra para complacerse en el pecado, sino para llamar a los pecadores al arrepentimiento (Lucas 5:32). Para conseguirlo, Jesucristo, quien es Dios verdadero de Dios verdadero, se humilló a sí mismo como siervo, tomó forma humana para poder compadecerse de nuestra debilidad y morir por nosotros (Filipenses 2:5-11; Hebreos 4:15; Romanos 5:6). Ser pecador es estar en una situación peligrosa. Los pecadores (nosotros) nacemos bajo la maldición y la condenación que resultan de no guardar la ley de Dios (Santiago 2:10). Para salvar a los pecadores, Jesucristo cumplió la ley de Dios con Su perfecta obediencia al Padre (Juan 6:38-40) y se sacrificó en la cruz para pagar la pena que acarreaba nuestro pecado (Colosenses 2:13-15). Cristo hizo lo que nosotros no podíamos hacer para que, si confiamos y creemos en Él para el perdón de nuestros pecados, podamos ser salvos de la muerte y del infierno (Juan 3:16). Él entregó Su vida por Sus amigos. No hay amor más grande (Juan 15:13). No hay mejor amigo.

Sin embargo, la amistad de Cristo no termina en el Calvario. Jesús no sólo murió por nosotros, sino que nos ha dado una nueva vida (2 Corintios 5:17) y ha resucitado de entre los muertos para que nosotros también podamos resucitar y recibir un cuerpo glorificado como el suyo cuando Él regrese (2 Tesalonicenses 1:10; Filipenses 3:20-21). Nos ha enviado al Espíritu Santo para que sea nuestro guía, maestro, consolador, abogado, ayuda, fortaleza y poder (Juan 14:26; 16:7-15). Nos ha dado Su Palabra, a través de la cual el Espíritu ilumina nuestros corazones y mentes a la verdad de Dios y Sus preciosas promesas para nosotros (Hebreos 4:12). Ahora mismo, Jesús intercede ante el Padre por nosotros, si es que somos Sus amigos (Romanos 8:34). Ha ido a preparar un lugar para que Sus amigos vivan con Él eternamente (Juan 14:2-3).

¿Quién no desearía tener un amigo como Jesús? Sin embargo, no todos son Sus amigos, sino sólo aquellos que hacen lo que Él manda (Juan 15:14). Primera de Juan 3:19-24 dice: "Y en esto conocemos que somos de la verdad, y aseguraremos nuestros corazones delante de él; pues si nuestro corazón nos reprende, mayor que nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas. Amados, si nuestro corazón no nos reprende, confianza tenemos en Dios; y cualquiera cosa que pidiéremos la recibiremos de él, porque guardamos sus mandamientos, y hacemos las cosas que son agradables delante de él. Y este es su mandamiento: Que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros como nos lo ha mandado. Y el que guarda sus mandamientos, permanece en Dios, y Dios en él. Y en esto sabemos que él permanece en nosotros, por el Espíritu que nos ha dado". Cuando ponemos nuestra fe en Jesús, Él no sólo es nuestro amigo, sino nuestro hermano mayor, Señor y Dios (Romanos 8:29; Juan 20:28).