¿Cómo puede Dios ser nuestro refugio?
Un refugio es un lugar seguro y protegido en el que nos resguardamos del peligro y la angustia. Una ilustración de un refugio es la de un albergue en el que nos refugiamos durante una tormenta. En los tiempos del Antiguo Testamento, cualquier hendidura en las rocas o cueva era un buen refugio. En los tiempos modernos, tenemos sofisticados búnkeres subterráneos para protegernos. Un buen refugio proporciona protección a los vulnerables y paz a los angustiados. Esa es exactamente la clase de refugio que Dios es para aquellos que confían en Él y en Su Hijo, Jesucristo. Dios es un refugio para Sus hijos porque los protege. Sólo en el libro de los Salmos hay aproximadamente 45 referencias que hablan de Dios como refugio. No hace falta decir que el hecho de que Dios proteja a los suyos es una verdad que Él quiere que conozcamos y que nos consuele. Sin embargo, que Dios sea nuestro refugio no significa que el creyente nunca se vea amenazado por algún peligro ni le pase nada. Podemos comprender esta verdad examinando la vida de los creyentes a lo largo de la historia (Hebreos 11:36-38), incluido el propio apóstol Pablo (2 Corintios 11:23-27). En Su Palabra, Dios nos dice que todos los que buscan vivir una vida piadosa en Jesucristo serán perseguidos (2 Timoteo 3:12). Asimismo, nos reconforta el hecho de que cualquier peligro o daño que nos sobrevenga está bajo el control soberano de Dios (Job 1:12; Mateo 10:29-31). Él no permitirá que seamos tentados o probados más allá de lo que podamos soportar gracias a Cristo que nos fortalece (1 Corintios 10:13; Filipenses 4:13). En realidad, Dios utiliza las pruebas y tentaciones de esta vida para edificar nuestro carácter y llevarnos a la madurez espiritual (Santiago 1:2-4).
Dios hace que todas las cosas obren para el bien del creyente. Ese bien final es nuestra conformidad con la imagen de Cristo y la vida eterna con Dios (Romanos 8:28-30; Apocalipsis 21:3). Incluso la propia muerte es una ganancia para el creyente, ya que le conduce directa e inmediatamente a la presencia de Cristo (Lucas 23:43; Filipenses 1:21-23; 2 Corintios 5:8). Jesús ha quitado el aguijón de la muerte mediante Su muerte sacrificial y Su resurrección victoriosa (1 Corintios 15:55-57). Dios ha prometido que los que creemos en Jesús resucitaremos y recibiremos un cuerpo similar al de Jesús cuando resucitó (Filipenses 3:20-21). La promesa de que Dios protegerá nuestras almas y resucitará nuestros cuerpos es lo que nos permite confiar en Él sin importar los peligros que nos acechen. Los que han recibido a Jesucristo como Señor y Salvador no deben tener miedo de nada. Aunque la gente pueda matar el cuerpo del creyente, Dios protegerá nuestras almas (Mateo 10:28) y nos dará nuevos cuerpos incorruptibles (1 Corintios 15:53-54). En Romanos 8:31-39, Pablo declara la confianza y la seguridad en el amor inigualable de Dios.
Una de las formas en que vemos la protección de Dios es cuando nos protege de los planes de Satanás. Jesús oró: "No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal" (Juan 17:15). Por supuesto que Dios permite que Satanás ataque y que estemos involucrados en una guerra espiritual durante nuestro tiempo en esta tierra, sin embargo, Dios nos ha equipado con una armadura espiritual (Efesios 6:10-18). Él es el vencedor y nunca nos abandonará. Podemos confiar en Sus promesas y hacer lo que dice: "Someteos, pues, a Dios; resistid al diablo, y huirá de vosotros" (Santiago 4:7). Confiamos en que Dios tiene el control y, como ya se ha dicho, hará que todas las cosas obren para bien de los que le aman (Romanos 8:28).
Dios también es un refugio, ya que nos protege de nuestra propia naturaleza pecaminosa. Por la obra del Espíritu Santo, Dios santifica nuestros corazones y nos hace cada vez más parecidos a Cristo. Jesús ordenó a Sus discípulos que pidieran a Dios que "no nos metas en tentación, mas líbranos del mal" (Mateo 6:13). Pablo dijo: "estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo" (Filipenses 1:6). Efesios 1:13-14 y 2 Corintios 1:21-22 hablan del Espíritu Santo que nos sella. Estamos firmemente establecidos en Cristo y seguros en Él. Nuestra salvación está garantizada por Él, y también es fiel para obrar en nuestras vidas y remover el poder que el pecado tiene sobre nosotros. Nos libera de la esclavitud del pecado y nos afianza a Él y a Su justicia (Romanos 6:16-23; Gálatas 5:1).
Dios es un refugio para Sus hijos porque les brinda paz (Lucas 2:14). Así como Jesús estaba tan tranquilo durante la terrible tormenta en el mar que podía dormir sin que nadie lo molestara, también nosotros podemos estar en paz en medio de las tormentas de la vida (Mateo 8:24-26). ¿Cómo? Confiando en Dios como nuestro refugio y manteniendo nuestros ojos puestos en Jesús (Hebreos 12:2). Pedro pudo caminar sobre el agua mientras mantuvo sus ojos en Jesús, pero cuando se volvió para ver el viento y las olas, Pedro comenzó a hundirse (Mateo 14:29-33). Si mantenemos nuestras mentes en Jesús, Dios nos mantiene en perfecta paz (Isaías 26:3). Dios promete una paz que sobrepasa el entendimiento y una paz que guarda los corazones y las mentes a todos los que le presentan sus oraciones y peticiones por medio de Jesucristo (Filipenses 4:7).
Probablemente el salmista lo expresó mejor cuando dijo: "El Señor, roca mía y castillo mío, y mi libertador; Dios mío, fortaleza mía, en él confiaré; mi escudo, y la fuerza de mi salvación, mi alto refugio" (Salmo 18:2).
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