La bondad de Dios significa que Él es la máxima norma de lo que es bueno, inmutable en Su naturaleza y en Sus acciones (Salmo 100:5; Santiago 1:17). Las Escrituras están llenas de la misericordia de Dios hacia nosotros, desde Su provisión para la primera pareja humana en Génesis hasta la justicia que, como indica el Apocalipsis, Él impartirá en el Día del Juicio. La Biblia muestra Su bondad en la creación, el perdón, la provisión y la fidelidad: “Prueben y vean que el Señor es bueno” (Salmo 34:8). La bondad de Dios se manifiesta perfectamente en Jesucristo, que murió por los pecadores y ofrece la salvación a todos los que creen (Juan 3:16). La benignidad de Dios (Su amabilidad en acción), que nace de Su bondad, nos guía al arrepentimiento y capacita a los creyentes para reflejar Su carácter. Confiar en la bondad de Dios transforma nuestra forma de vivir y cambia nuestro enfoque de los placeres mundanos, fugaces y engañosos, a Su gloria eterna.
Los cristianos de hoy a menudo repiten la frase: “Dios es bueno todo el tiempo. Y todo el tiempo, Dios es bueno”. Esto nos ayuda a recordar la verdadera bondad en un mundo que constantemente intenta redefinir el bien y el mal (Jueces 21:25; Isaías 5:20-21). Lo que Dios ha declarado bueno siempre será bueno, y lo que Dios ha declarado malo siempre será malo. Creer que Dios es bueno cambia nuestra forma de vivir. Job dijo: “Y esto es lo que Él [Dios] dice a toda la humanidad: ‘El temor del Señor es la verdadera sabiduría; apartarse del mal es el verdadero entendimiento’”. La verdadera sabiduría consiste en temer al Señor y apartarse del mal (1 Tesalonicenses 5:22). Los cristianos debemos estar siempre agradecidos por la bondad de Dios (Salmo 107:1, 136:1). Sin embargo, por naturaleza, buscamos vivir para nosotros mismos y para nuestros placeres, llegando incluso a amar la oscuridad y el mal (Juan 3:19). De hecho, a menudo damos por sentada la bondad de Dios. Pero como seguidores de Jesucristo, estamos llamados a vivir de manera sobrenatural en el poder del Espíritu Santo y a caminar con Dios. Al hacerlo, veremos la bondad de Dios y la expresaremos como fruto del Espíritu (Salmo 27:13, Lamentaciones 3:25, Gálatas 5:22-23). Una vez que hemos probado y visto que Dios es bueno, nos damos cuenta de que nada en este mundo podrá satisfacernos jamás (Salmo 34:8). Podemos proclamar, como dice el famoso himno: “Pon tus ojos en Cristo, tan lleno de gracia y amor, y lo terrenal sin valor será, a la luz del glorioso Señor”.